Director: Manuel Gutiérrez Aragón
España, 1981, 95 minutos
Maravillas (1981) de Manuel Gutiérrez Aragón |
Extraña mezcla de elementos aparentemente inconexos, Maravillas (1981) ocupa un lugar destacado en la filmografía de Manuel Gutiérrez Aragón. Por lo menos en la de los inicios de una carrera como director que estará marcada por ese tono, un tanto sui géneris, entre onírico y de cuento de hadas. La protagonista de la película es una joven adolescente (interpretada por Cristina Marcos) que vive a caballo entre dos mundos absolutamente dispares: por una parte, están los colegas de su edad (el Pirri y su hermana, Quique San Francisco, Miqui Molina...), siempre coqueteando con los típicos ambientes marginales del cine quinqui; por otra, un grupo de viejos judíos sefardíes que ya desde bien pequeña deciden apadrinarla.
Asimismo, la figura del padre (Fernando Fernán-Gómez) resulta por completo extravagante, teniendo en cuenta que se trata de un individuo plenamente sometido a la autoridad de Maravillas. Hasta el extremo de que se ve obligado a pedirle dinero a su hija a todas horas (cuando no a robárselo) como si el menor de edad fuese él y no ella. Y es que el viudo, que se pasa la mayor parte del día leyendo revistas eróticas y al que los padrinos hebreos de la chica tratan con absoluta condescendencia, apenas saca nada del obsoleto estudio fotográfico que un día acogió a las más altas eminencias del momento.
La imagen recurrente de Maravillas caminando sobre el abismo, con Madrid a sus pies, se repite en varias ocasiones a lo largo de la película, dando lugar a una potente metáfora visual en la que confluyen diversos temas simultáneamente. "Lo más importante en esta vida es no tener miedo", le dice su tío Salomón el mago (Francisco Merino) el día en el que la niña, vestida de blanco, cruza por vez primera el pretil de la terraza a cambio de un anillo que será su regalo de comunión.
El personalísimo universo de Gutiérrez Aragón da como resultado una obra inclasificable que ni es comedia ni drama, aunque contenga elementos de ambos géneros. Así, por ejemplo, la escena del confesonario, en la que, amparándose en el secreto de confesión, el Pirri declara abiertamente ante el sacerdote (Emilio Rodríguez) varias de sus pillerías, resulta muy divertida. O el hecho de que todo un juez (José Manuel Cervino) le pregunte al chaval si lleva encima algo de costo para fumar. Y, sin embargo, por muchos gags que contenga, la lección o enseñanza que se deduce de esta historia no puede ser más amarga: "Se vive como se sueña: solos".
En efecto, aquí contemplamos algunas de las cosas que serán constantes en el cine de este singular realizador.
ResponderEliminarUna de sus obras más inspiradas.
EliminarEn su momento, me pareció una película espléndida.
ResponderEliminarUn abrazo.
Lo sigue siendo. Sobre todo por lo original de su planteamiento.
EliminarUn abrazo.
Entre todas las últimas reseñadas es la que más llama mi atención. ¿Será que tiene algo en esas dos fotografías que presentaste?¿será que la reseña la hace algo hermética?
ResponderEliminarTendré que verla para poder responder
Abrazos, Juan!
Hermética lo es, sin duda. Pero ahí es donde reside precisamente su atractivo. Yo creo que te gustará.
EliminarUn abrazo y hasta pronto.