martes, 27 de julio de 2021

El embrujo de Shanghái (2002)




Director: Fernando Trueba
España/Francia/Reino Unido, 2002, 119 minutos

El embrujo de Shanghái (2002) de Fernando Trueba


Un atardecer inhóspito que pasé por la calle de las Camelias cuando los Chacón ya se habían ido, seguramente atosigados por el frío y la neblina que invadía la calle y desdibujaba el jardín y la torre, me pareció ver una mancha rosada girando como una peonza detrás de la vidriera, junto a la cama, y era la niña tísica que bailaba abrazada a su almohada. Fue sólo un momento, enseguida se dejó caer de espaldas sobre el lecho, luego se incorporó y vi con claridad su mano limpiando el vaho del cristal y seguidamente su cara pegada a él, pálida y remota, mirándome como si flotara en el interior de una burbuja. Pero creo que no me vio, porque agité mi mano y no respondió al saludo, y la cálida atmósfera de la galería no tardó en empañar nuevamente el cristal hasta emborronar su rostro.

Juan Marsé
El embrujo de Shanghái

Nunca llegaremos a saber cómo habría sido la adaptación de El embrujo de Shanghái que Víctor Erice no pudo rodar por desavenencias irreconciliables con el productor Andrés Vicente Gómez. Lo que sí está claro es que sobre la película de Fernando Trueba, que es quien finalmente afrontó el desafío de sacar adelante el proyecto, ha pesado siempre el estigma de ser un producto convencional muy por debajo de lo que se conjetura que su predecesor habría sido capaz de lograr. Apreciación tan absurda como injusta, pero que sin duda tuvo un peso decisivo en la indiferencia con la que el resultado final fue acogido en el momento de su estreno.

Al margen de hasta qué punto pueda traicionarnos el subconsciente al compararla con un fantasma, lo cierto es que esta superproducción contó con un reparto excepcional en el que la sola presencia de Fernán Gómez encarnando al quijotesco capitán Blay bastaría por sí sola para salvar una cinta en la que también brillaron con luz propia Rosa Maria Sardà (doña Conxa, la Betibú), Eduard Fernández (Forcat), Ariadna Gil (Anita), Antonio Resines (Kim) y Jorge Sanz (el Denis). Por no hablar de los niños Fernando Tielve (Dani), Aida Folch (Susana) y Juanjo Ballesta (Finito Chacón), todos ellos excelentes en sus respectivos papeles de chicos de la posguerra.



La afición de Marsé por las aventis adquiere aquí una magnitud casi legendaria, verdadera dimensión paralela en la que los jóvenes protagonistas se refugian, acuciados por el anhelo de creer en algo más que no sea la sordidez del ambiente que los rodea. En ese sentido, tanto Daniel como la tísica Susanita se recrean ante los relatos del fantasioso Forcat con la misma fruición con la que devoran novelas de quiosco o un buen programa doble en cualquier cine de barrio. De ahí que Trueba optara, con muy buen criterio, por filmar en blanco y negro toda la ensoñación oriental de la que el Kim es héroe indiscutible. Secuencias, por cierto, planificadas con esmero y en las que el espíritu de von Sternberg se intuye a la vuelta de cada esquina.

Hasta que irrumpe en escena el hosco Denis dando al traste con el frágil paraíso de vidrio que los muchachos han ido erigiendo en la galería al calor de las historias de Nandu Forcat. Un baño de realidad contra el que de poco sirven los dibujos de Dani o los kimonos de seda: las informaciones que este individuo trae desde Toulouse hablan de traiciones entre antiguos camaradas, de promesas rotas... En definitiva, de la muerte de los ideales. Razón de más para seguir evadiéndose, en lo sucesivo y a falta de ilusiones, en la oscuridad de un patio de butacas.



8 comentarios:

  1. Trueba, al parecer, siempre mostró su deseo de que la adaptación le gustase a Marsé, al que, decía, le unía su amor por el cine, además de la admiración del madrileño por la obra literaria del catalán.

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    1. Marsé visitó, de hecho, el set de rodaje y no parece que quedara muy descontento con la película.

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  2. Tal vez debería volver a verla porque en su día me dejó totalmente indiferente. No te discutiré que las comparaciones sean odiosas, y más si la comparación es con un fantasma, como bien señalas. Pero, con todo y con eso, pienso que Trueba no llega en ninguna de sus películas al nivel poético de la por desgracia escueta filmografía de Erice, y que por esa regla de tres, parece lícita cierta decepción.

    Y que conste que Trueba tiene otras virtudes y que aprecio bastante algunos de sus títulos. Pero no éste en particular.

    Un abrazo.

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    1. Estos días he estado leyendo el guion de Víctor Erice y desde luego que habría sido una película muy distinta, mucho más intimista. Pero, aun así, insisto en que la versión de Trueba, pese a partir de un planteamiento diferente, está muy bien resuelta.

      Un abrazo.

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  3. Hola Juan!
    Desde su estreno no he vuelto a verla, apenas recuerdo algún detalle.
    Saludos!

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    1. Pues a mí me ha gustado más ahora, al cabo de veinte años, que no cuando la vi en el cine.

      Saludos.

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  4. Dan ganas de ver las dos que reseñaste, la de 1941 y esta que ya tiene casi veinte años.

    Abrazos

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    1. Para mí esta última tiene un significado especial, ya que, aparte de estar basada en una novela de mi escritor preferido, tuve ocasión de visitar el rodaje.

      Abrazos.

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