sábado, 4 de abril de 2020

King Kong (1933)




Directores: Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack
EE.UU., 1933, 104 minutos

«La bella mató a la bestia...»

King Kong (1933)
de Cooper y Schoedsack


Volver a ver King Kong es volver a la esencia de lo que supuso el cine en sus inicios: una atracción de feria, un espectáculo de masas, una fábrica de sueños... Por más que su primitivo stop-motion haga esbozar alguna que otra sonrisa a las nada inocentes retinas de hoy en día, incapaces de valorar, en su justa medida, la laboriosa vertiente artesanal de una disciplina que justo estaba dando sus primeros pasos.

Pocas películas hay tan icónicas como ésta: casi se podría decir que la efigie del gorila gigante, encaramado en la cúspide del Empire State Building, se ha convertido, junto con alguna otra imagen memorable (Gene Kelly cantando bajo la lluvia, Bogart en Casablanca, Marilyn con su falda ondeante...) en sinónimo del séptimo arte.



Sin embargo, y precisamente por haber sido mitificada, la cinta encierra toda una simbología que, más de ocho décadas después de su estreno, corremos el riesgo de pasar por alto. Y es que ese homínido ciclópeo, "la octava maravilla del mundo", que arrancaron de su hábitat natural en la Isla Calavera para asombrar (y luego aterrorizar) a los neoyorquinos, se presta a muy diversas interpretaciones. Desde un punto de vista psicoanalítico, por ejemplo, Kong representaría el miedo a la figura paterna, si bien la atracción de la fiera hacia la delicada Ann (Fay Wray) abre la puerta a lecturas abiertamente sexuales.

El fantasma del crac bursátil, el temor a la recesión económica, concretado en una alimaña que siembra el pánico en la ciudad de los rascacielos... Cualquiera que fuese su fuente de inspiración, lo cierto es que los creadores de King Kong estructuraron el filme en dos partes perfectamente delimitadas: una expedición naval en busca de animales prehistóricos, sobre la base de The Lost World (1925), y el ulterior colapso de la Gran Manzana según el modelo marcado por títulos en la línea de Metrópolis (1927). Algunos años antes, no pocos inversores se habían precipitado al vacío en aquel mismo lugar tras la repentina devaluación de sus acciones. Ahora, haciendo caer al monstruo, tal vez se pretendían exorcizar los efectos devastadores de la crisis económica.


2 comentarios:

  1. Hola Juan!
    Es absolutamente deliciosa y creo que lo has resumido a la perfección en las dos primeras lineas de tu reseña, es la "esencia" mas pura del cine, eso que tanto añoramos en nuestro 2020.
    He vuelto a ella en mas de una ocasión y en cada visionado sigue despertando mi admiración y sorpresa. No se si en alguna ocasión te lo comente o lo mencione en mi blog, la presencia de Kong en el "Empire State" es asombrosa, esta muy bien integrada, desde el gorila gigante que te recibe (es de las pocas fotos que te puedes hacer junto a el gratis...) hasta los cientos de regalos con su imagen en la tienda de souvenirs, visita obligada, of course...jeje
    Ese gif final me produce un efecto hipnótico...
    Venga, saludos y buen finde!

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    1. Ciertamente, Fran. Y, sin embargo, ninguna de sus secuelas ha estado a la altura de esta primera entrega (sobre todo las más recientes).

      Venga, cuídate.

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