Título original: Plaire, aimer et courir vite
Director: Christophe Honoré
Francia, 2018, 132 minutos
Vivir deprisa, amar despacio (2018) de Christophe Honoré |
Plaire, aimer et courir vite arranca con unos créditos en los que, un poco a la antigua usanza, apenas se consigna el apellido de los distintos profesionales que han trabajado en la película: Chevrin, Hymans, Honoré... Primer indicio de una cierta voluntad vintage que se respira a lo largo de todo el filme, cuya acción se sitúa en 1993, y motivo por el que la pareja protagonista se conoce durante la proyección de un título tan significativamente asociado a aquella época como El piano de Jane Campion.
También la sombra del sida planea amenazadora sobre el relato, recuerdo de la epidemia que fue y del estigma que marcó a toda una generación. Porque, entre bromas y veras, con su habitual estilo desenfadado, Christophe Honoré hace balance de lo que supuso su juventud en aquel París de los noventa, al que llegó siendo un muchacho de provincias dispuesto a dejarse deslumbrar por el encanto de la ciudad de las luces y los placeres de la vida mundana.
Arthur (Vincent Lacoste) es su alter ego en la ficción, motivo por el que el director proyecta sobre el personaje algunas de sus obsesiones más recurrentes, como cuando, al visitar el cementerio de Montmartre, le hace sentarse junto a la tumba de François Truffaut (1932-1984) o la del dramaturgo Bernard-Marie Koltès (1948-1989), de quien después se citarán unas palabras en algún momento del diálogo.
Jacques (Pierre Deladonchamps) representa, en cambio, el desencanto de la madurez y, por ende, al Honoré de hoy en día: el que echa la vista atrás para, lejos de lamentarse por los errores del pasado, proclamar a los cuatro vientos lo que dice la letra de "Les gens qui doutent", una vieja canción de Anne Sylvestre (incluida en la banda sonora) que parece escrita a propósito para la ocasión: « J'aime ceux qui paniquent / Ceux qui sont pas logiques / Enfin, pas 'comme il faut' [...] Même s'ils passent pour des cons ».