jueves, 8 de febrero de 2018

Pechos eternos (1955)




Título original: Chibusa yo eien nare
Directora: Kinuyo Tanaka
Japón, 1955, 106 minutos

Pechos eternos (1955) de Kinuyo Tanaka


Comienza Pechos eternos (1955) y la banda sonora de Takanobu Saitô nos hace pensar de inmediato en el Chaplin compositor. Pero es que el plano que sigue a los títulos de crédito muestra un rebaño de ovejas, lo cual remite, igualmente, al inicio de Tiempos modernos. No: no se trata de una comedia, sino de todo lo contrario. El segundo largometraje que dirigiera la actriz Kinuyo Tanaka es un melodrama de tomo y lomo. Es decir, de los que hacen llorar a moco tendido.

Y es que el tema no es para menos, porque asistir al lento declive de una mujer enferma de cáncer de mama no puede dejar a nadie indiferente, sobre todo cuando dicho proceso va acompañado de una puesta en escena que denota una sensibilidad portentosa. Efectivamente, Fumiko (Yumeji Tsukioka) es, a un mismo tiempo, sacrificada ama de casa, madre de dos criaturas de corta edad, poetisa de cierto renombre, amante de un joven periodista y, por último, víctima fulminada por un tumor terminal.



A nivel visual, Pechos eternos presenta diversos hallazgos, como ese espejo de mano en cuya luna redonda veremos, una y otra vez, reflejarse el rostro de la protagonista. O la bañera en la que, sucesivamente, se zambullen los amantes en diferentes momentos de la trama. O el texto sobreimpreso en pantalla de los tanka de Fumiko, tan delicados, en su extrema sencillez, como los versos de Paterson en la película homónima de Jarmusch. O el largo trávelin que recorrerá en paralelo las reflexiones de la pareja a lo largo de su paseo.

Aires de modernidad que podrían encubrir, sin embargo, una crítica velada no tan explícita como la que había llevado a cabo Kaneto Shindô en Los niños de Hiroshima (1952): la de las consecuencias visibles de las bombas atómicas sobre la salud de la sociedad japonesa.


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