Director: Florián Rey
España, 1945, 80 minutos
La luna vale un millón (1945) |
L'homme du train, dirigida en 2002 por Patrice Leconte (y que ya tuvimos ocasión de comentar en este blog hace un par de años) planteaba el curioso caso de dos individuos con trayectorias radicalmente opuestas (el uno, culto y hogareño, interpretado por el recientemente fallecido Jean Rochefort; el otro, un impetuoso matón al que encarnaba Johnny Hallyday) que, por diversos avatares, terminan intercambiando sus respectivos modos de vida. Con la particularidad, además, de que el hombre de acción se aficiona al sosiego doméstico del profesor jubilado y viceversa.
Semejante argumento, sin embargo, como casi todo en este mundo, distaba bastante de ser del todo original: muchos años antes, el mítico Florián Rey había dirigido un guion coescrito por José López Rubio y Luis Marquina en el que un rico hombre de negocios barcelonés y un vagabundo de asombroso parecido físico intercambian sus identidades tras un accidente de aviación. Aunque la gracia del equívoco residía, como en el caso del filme francés que antes mencionábamos, en cómo cada uno aprende a valorar en la existencia del otro lo que le falta a la suya.
Así pues, el ejecutivo agresivo que es don Fernando Burgos (Miguel Ligero) regresará transformado de su aventura en la masía de Ripoll, sita en Castell del Mar (provincia de Tarragona), idílico entorno campestre en el que tendrá ocasión de descubrir, de la mano de la bella e inocente Teresa (Leonor Fábregas), que: "Se está mejor aquí: este silencio, esta paz... En las ciudades no se ven las estrellas. Las tapan los anuncios luminosos. Allí no se ve nunca la luna..." Por eso vale un millón: porque en el incesante ajetreo que fue su día a día hasta el momento del accidente acumuló muchas posesiones, pero ninguna riqueza.
En realidad, el mensaje que encierra la película no deja de ser un tanto mezquino, ya que Anselmo, reverso cómico del Segismundo de La vida es sueño, renuncia alegremente a las comodidades que ha podido disfrutar durante unos días en la gran ciudad, para regresar a la apacible pobreza de sus harapos. Vamos: que la situación envidiable es la del mendigo y no el estrés del millonario. Curiosa versión de la aurea mediocritas en plena autarquía franquista...
Anselmo & Fernando: Ligero & Ligero |
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