Director: Fernando Fernán Gómez
España, 1964, 87 minutos
Se suele decir en casos como éste (a saber: una película considerada menor o excesivamente comercial, pero dirigida por un cineasta de grandes proporciones) que se trata de un trabajo alimenticio. Y aunque, sin duda, Los Palomos debió reportar beneficios a Fernando Fernán Gómez dado el éxito de taquilla que supuso (y que venía precedido por las 250 representaciones alcanzadas en el Teatro de la Comedia de Madrid por la pieza teatral homónima de Alfonso Paso), lo cierto es que ni el propio director (que no actor, en esta ocasión) demostraría posteriormente una especial querencia hacia proyectos de este tipo.
Por una parte, ello es totalmente comprensible: Fernán Gómez había cosechado ese mismo año la indiferencia de crítica y público hacia El extraño viaje; frustración que se repetiría tras el estreno, en 1965, de El mundo sigue. Cabe entender, pues, que aceptase a despecho dirigir las adaptaciones de Los Palomos o de Ninette y un señor de Murcia, de Mihura, con la intención de obtener financiación para otros filmes más personales.
Pero, por otro lado, y centrándonos ya en el título que ahora nos atañe, sería injusto no valorar en su justa medida la vis cómica de unos actores que, como el tándem Gracita Morales-José Luis López Vázquez o Fernando Rey-Mabel Karr (marido y mujer tanto en la película como en la vida real), resultan absolutamente entrañables. Y lo son no sólo por el dominio que demuestran del tempo de la comedia sino porque supieron encarnar a la perfección el momento histórico que se estaba viviendo.
Así pues, si el matrimonio integrado por Emilio y Virtudes Palomos representan al españolito medio del desarrollismo (ignorante a la par que pretencioso y lisonjero), don Alberto y Elisa (ataviada con sus estrambóticos vestidos diseñados por Pertegaz) personifican la versión sofisticada del señorito que se ríe de los catetos. De modo que sólo harán falta las apariciones puntuales de Julia Caba Alba (en su doble papel de las tías Mercedes y Serafina), Manuel Alexandre (un asustadizo cobrador) o el incombustible Xan das Bolas (haciendo de taxista) para completar el reparto de una historia que, como comentábamos hace unos días al hablar de Usted puede ser un asesino, volvía a servirse del elemento policíaco y de lo macabro como ingredientes principales de su comicidad.
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