domingo, 31 de enero de 2016

El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas (1972)




Título original: The Effect of Gamma Rays on Man-in-the-Moon Marigolds
Director: Paul Newman
EE.UU., 1972, 100 minutos



La tercera incursión de Paul Newman tras las cámaras fue la adaptación que Alvin Sargent hiciera de la obra de teatro homónima de Paul Zindel, ganadora del premio Pulitzer. De nuevo una historia sobre una mujer de complejo carácter (como ya ocurriera antes en Rachel, Rachel y como volvería a suceder después en El zoo de cristal) y una vez más dirigiendo a su mujer (Joanne Woodward, premio a la mejor interpretación femenina en Cannes) en el papel principal. Aunque en esta ocasión también formaba parte del reparto su hija (Nell Potts), dando vida a la rubia e introvertida Matilda.

Es ésta una película particularmente intensa en emociones, buena muestra de hasta qué punto las frustraciones de una madre pueden llegar a condicionar la vida de sus dos hijas adolescentes. De la misma forma que las radiaciones a las que alude el título, un exceso de celo puede llegar a tener consecuencias nefastas sobre unas chicas que vendrían a ser, metafóricamente, como las margaritas y las mutaciones del experimento escolar de la pequeña Matilda.



En ese orden de cosas, Ruth, la hija mayor (Roberta Wallach), padece de fuertes pesadillas, mientras que la hermana menor manifiesta un carácter hipersensible y retraído que la hace refugiarse en los estudios como reacción frente a la falta de tacto de la madre. De hecho, se hace fácil suponer que el ausente padre de familia debió de abandonar el hogar por motivos semejantes.

Hay que ver, por cierto, la de roña que se acumula en aquella casa. Parece como si el caos que se adivina en la mente de Beatrice se hiciera extensible a todo lo que la rodea: en su vida son más las cosas que no ha conseguido que las ilusiones cumplidas. Sólo faltaba que se hiciera cargo de Nanny, la inmóvil anciana en silla de ruedas que pasa a convertirse (desgraciadamente) en un mueble más.



Se nota, por tanto, la influencia del método de Lee Strasberg y el Actor's Studio en la manera que tiene Newman de dirigir a los actores. De ahí la importancia de los monólogos, como el de Matilda en el salón de actos del colegio al recoger su premio, resaltando cómo los átomos de nuestro cuerpo pudieron ser en su origen polvo de estrellas o parte del mismísimo sol. Es una manera un tanto ingenua, si se quiere, de rebelarse frente a la mediocridad del ambiente, aunque no por ello menos hermosa en su voluntad de reivindicar la dignidad del individuo.

Matilda (Nell Potts) y sus experimentos

Actor secundario (2000)








Título original: Sanmon yakusha
Director: Kaneto Shindô
Japón, 2000, 126 minutos

Actor secundario (2000) de Kaneto Shindô

Taiji Tonoyama (1915–1989) fue un actor japonés que trabajó bastante a menudo a las órdenes del director Kaneto Shindô. En homenaje a su recuerdo y a lo mucho que juntos compartieron, Shindô escribió Actor secundario. El encargado de encarnar a Tonoyama fue Naoto Takenaka, quien a pesar de sus excesos interpretativos logra transmitir la emoción necesaria en un filme de tales características.

No falta ninguno de los ingredientes típicos en la vida de un hombre del mundo de la farándula: casado y con una hija, vive sin embargo con su amante; alcohólico, mujeriego; todo en él era desmesurado.

Uno de los rasgos más llamativos de Actor secundario es la utilización de imágenes procedentes de otras películas de Shindô: La isla desnuda (1960), Madre (1963), Onibaba (1964), Árbol sin hojas (1986)... son sólo algunas de las cintas que contaron con la participación de Tonoyama. Por momentos, Actor secundario parece incluso virar hacia el documental, como cuando la actriz Nobuko Otowa habla mirando a cámara explicando sus recuerdos sobre el actor o cuando se recogen las opiniones de otros cineastas que trabajaron con el actor.

En la escena final, durante el entierro de Tonoyama, se dice que el actor vivió ajeno a la idea de Dios y que, por tanto, no ha muerto sino que más bien se ha desvanecido. Bonita forma de poner el broche a un filme que no escatima elogios para quien fue miembro destacado del equipo de confianza de Shindô y unos de los secundarios habituales del cine japonés durante muchos años.

Naoto Takenaka en el papel de Taiji Tonoyama

sábado, 30 de enero de 2016

Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia (2014)




Título original: En duva satt på en gren och funderade på tillvaron
Director: Roy Andersson
Suecia/Alemania/Noruega/Francia/Dinamarca, 2014, 101 minutos


Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia (2014)


39 secuencias aparentemente absurdas. Tanto como el título inspirado por un cuadro de Brueghel el Viejo. Los personajes de Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia (2014) apenas hablan (aunque eso parece ser la tónica general en buena parte del cine sueco y nórdico en general). La palidez de sus rostros denota la obsesión por la muerte como tema recurrente en no pocas de las escenas del filme: desde el señor que cae fulminado en el salón de su casa intentando descorchar una botella de vino hasta el que muere en la cola del bufé libre de un crucero. Y, a pesar de todo, el sentido del humor está presente en cada plano. ¿La versión cómica de Bergman? Puede. Aunque la influencia del finlandés Aki Kaurismäki también se deja sentir en algunos momentos.

Roy Andersson (Gotemburgo, 1943) se forjó en el terreno de la publicidad y el cortometraje. Quizá haya que buscar en ello la razón de haber elegido una estructura tan fragmentada para su última película. Aunque algunos personajes reaparecen en distintas secuencias, como en el caso de la pareja de comerciales dedicada a la venta de productos para la "fiesta" (dentadura postiza de vampiro con colmillos extralargos, la bolsa de la risa y la careta del tío del diente). Otros parecen actuar en segundo plano, como la bailaora de flamenco y su alumno: sentados en tête à tête, sólo es desde la calle y a través de la vitrina del restaurante que más o menos se puede deducir qué está sucediendo entre ellos.

El director Roy Andersson durante el rodaje de la última escena del film


La fotografía de István Borbás y Gergely Pálos se caracteriza por el predominio abrumador de los tonos pastel y ocre, lo cual confiere al filme un aire decadente muy en consonancia con la vida apagada que llevan los seres que pueblan las diferentes escenas. Tan anodina, que ni siquiera la irrupción a caballo de las tropas del rey Carlos XII en medio de un bar de hoy en día parece alterar lo más mínimo la rutina que envenena sus vidas.

León de Oro en el Festival de Venecia de 2014, el único inconveniente que quizá podría derivarse de un planteamiento tan sumamente original es que el público puede llegar a cansarse. Un ejemplo de ello se ha vivido esta tarde/noche en la Filmoteca de Catalunya. Sala Chomón, sábado, 19:30 horas, lleno a rebosar: situación idónea para la proyección exitosa de cualquier cinta. Durante los primeros compases se oían risas aquí y allá (en la escena de la anciana convaleciente que se aferra a su bolso, por ejemplo). Pero al llegar al minuto cien... Silencio. Un solitario aplauso intenta en vano arrastrar al resto de espectadores. Nada. Verdaderamente, esto sí que invita a reflexionar.

Los cazadores en la nieve (1565) de Pieter Brueghel el Viejo

viernes, 29 de enero de 2016

El búho (2003)




Título original: Fukurô
Director: Kaneto Shindô
Japón, 2003, 120 minutos

El búho (2003) de Kaneto Shindô


El búho (2003) retoma el argumento de Onibaba (1964), aunque en esta ocasión el nonagenario director Kaneto Shindô situaba la acción en los años ochenta: una madre y su hija se encuentran sumidas en la más profunda miseria, alimentándose únicamente de raíces de pino. Para conseguir salir de la pobreza ejercerán como geishas en su casa, aunque al mismo tiempo irán envenenando a los hombres que vayan desfilando por allí para quedarse con su dinero. El mecanismo utilizado es siempre el mismo: como obsequio a la víctima, le ofrecen una copa de sake que, una vez ingerida, le hace echar espuma por la boca y proferir berridos animales para acabar agonizando entre convulsiones.

Estamos, por lo tanto, ante una comedia negra. Aunque, dadas las circunstancias, lo que hace reír en Japón no necesariamente causa el mismo efecto en otras culturas. Por otra parte, El búho es una producción enormemente teatral, filmada en un único espacio cerrado, lo cual confirma la tendencia en los cineastas veteranos a rehusar el cine de superproducción para centrarse en planteamientos más escénicos y de pequeño formato. En ese sentido, viendo esta película y escuchando la música de cámara que para ella compuso Hikaru Hayashi es fácil que nos vengan a la memoria las últimas cintas que dirigió, por ejemplo, el francés Alain Resnais, como Amar, beber y cantar (Aimer, boire et chanter, 2014).

Este pobre no sabe la que le espera...

Lo importante es amar (1975)




Título original: L'important c'est d'aimer
Director: Andrzej Zulawski 
Francia/Italia/Alemania, 1975, 110 minutos

Lo importante es amar (1975) de Andrzej Zulawski


Filme vehementemente apasionado, cuyo título ya supone en cierto modo una suerte de manifiesto en favor de las emociones a flor de piel. No hay más que ver la escena inicial de Lo importante es amar para darse cuenta de que estamos franqueando el umbral de una historia de intensidad fuera de lo común: una mujer semidesnuda camina hacia atrás, acercándose hacia el cadáver ensangrentado de un hombre que yace en el suelo. Enseguida descubriremos que se trata realmente del rodaje de una película, la actriz principal de la cual (llamada Nadine Chevalier) recibe órdenes estrictas de la directora, inflexible a pesar de las lágrimas que brotan de sus ojos: "Allez! Vas-y! Sens-le! Encore!" Pero ella es incapaz de decir "Je t'aime..."

Romy Schneider

No descubrimos nada: el tráiler oficial de la película (reestrenada en 2012) mostraba precisamente esta escena, con una Romy Schneider pletórica mirando directamente a cámara: de hecho, este papel le valió el César a la mejor actriz. En realidad le habla a Servais Mont, el personaje interpretado por Fabio Testi, pidiéndole que por favor no le haga fotos. Junto con Jacques Dutronc (actor/cantante que interpretaba en el filme al marido de Nadine, un cinéfilo desencantado) formarán la tríada protagonista, a la que se suma el brío del siempre explosivo Klaus Kinski.

jueves, 28 de enero de 2016

28 de gener del 2016: té lloc una nova sessió del Cinefòrum Sant Miquel








Missió acomplerta: la segona sessió d'enguany del nostre cinefòrum va reunir el bo i millor de la cinefília del centre per gaudir d'una de les pel·lícules de culte per antonomàsia de la ciència-ficció: El increíble hombre menguante (1957). 

Com ja és habitual, l'acte va comptar amb la presència d'alumnes, ex-alumnes, pares, avis, professors i antics professors. Durant el debat posterior, vam tenir ocasió de parlar sobre algunes curiositats relatives al rodatge i al sentit metafòric que podria amagar-se rere el film.

Cap a finals d'abril organitzarem la tercera (i darrera) sessió d'aquest curs. Mentrestant, aquí teniu més imatges curioses sobre el que avui hem vist. Atenció al tràiler original presentat per Orson Welles.

El tamany separarà Louise i Scott físicament i afectivament

Rodaje de la inundación del sótano

Grant Willians i Jack Arnold assajant al set de rodatge

Operaris del rodatge descansant durant una pausa

Randy Stuart i Grant Williams al decorat gegantí



El increíble hombre menguante (1957)




Título original: The Incredible Shrinking Man

Director: Jack Arnold
EE.UU., 1957, 81 minutos

"Hay otros mundos, pero están en éste..."
Paul Éluard

Si Scott hubiese ido a buscar la cerveza, la película
se habría titulado La increíble mujer menguante


La relatividad de lo humano ya no es solamente un trasfondo conceptual, sino un entorno ficticio. Un gato pasa a convertirse realmente en un tigre; una araña, en un monstruo de pesadilla como ningún troglodita tuvo que afrontar jamás. Pues otra de las características de Matheson es que, para crear sus situaciones extraordinarias o terroríficas, no suele recurrir a mundos o ambientes extraños, sino -lo que es mucho más inquietante- se limita a alterar la perspectiva de lo cotidiano.

Carlo Frabetti
"Presentación: Hombre menguante, hombre creciente, hombre pleno, hombre nuevo"
El hombre menguante (traducción de María Teresa Segur)



Podríamos conformarnos con ver una simple película de serie B en esta parábola sobre los peligros latentes que acechan a la humanidad, pero cualquier espectador mínimamente avisado reparará enseguida en su enorme valor alegórico: rodada en plena Guerra Fría, El increíble hombre menguante plasma en imágenes la desconfianza generada por el desarrollo desmesurado de la ciencia y los hipotéticos imprevistos que pudieran derivarse de la escalada atómica entre potencias. En ese sentido, la sociedad americana fue especialmente vulnerable a dicha paranoia, siendo el cine de ciencia ficción el medio que mejor supo captarla en forma de temores irracionales. Mediante su novela y posterior adaptación a la gran pantalla, el guionista Richard Matheson incide en lo insignificante que puede llegar a sentirse el ciudadano medio frente a un mundo que percibe como potencialmente amenazante.



Hay implícita, por lo tanto, una clara voluntad de incidir en la idea de regreso a la naturaleza: Scott Carey no sólo irá menguando sino que sobre todo irá convirtiéndose gradualmente en un salvaje, una especie de hombre de las cavernas que debe aguzar el ingenio cada día para obtener alimento y vencer a los predadores que continuamente amenazan su existencia. Aunque con una diferencia capital entre libro y película: mientras que al final de la novela el protagonista se dispone a descubrir un nuevo mundo infinitesimal en el que tal vez habiten formas de vida alternativas (otras civilizaciones, otros hombres menguantes como él...), en la película Scott pone su mirada en las estrellas con la convicción de que hay un dios para el que no existe el cero. Como también resulta muy revelador el hecho de que el narrador omnisciente en tercera persona de la novela sea sustituido en el filme por una incongruente narración en primera persona del protagonista.



No tardarían en proliferar, como consecuencia del éxito obtenido por la película de Jack Arnold, las consabidas secuelas o filmes simplemente inspirados en planteamientos similares: El asombroso hombre creciente (Bert I. Gordon, 1957), El ataque de la mujer de 50 pies (Nathan Juran, 1958), La rebelión de los muñecos (Bert I. Gordon, 1958), Viaje alucinante (Richard Fleischer, 1966), La increíble mujer menguante (Joel Schumacher, 1981)… Aunque también la comedia, en un registro radicalmente distinto, como por otra parte es lógico, se haría eco del temor suscitado por el rumbo imprevisible que tomaba la ciencia. Me siento rejuvenecer (Howard Hawks, 1952) o El profesor chiflado (Jerry Lewis, 1963) son los ejemplos más célebres.



martes, 26 de enero de 2016

La vida por delante (1958)




Director: Fernando Fernán Gómez
España, 1958, 90 minutos

La vida por delante (1958)
de Fernán Gómez


No lo tuvo fácil Fernando Fernán Gómez a la hora de estrenar sus proyectos, ya que cuando no era por la censura eran las productoras las que le ponían innúmeras trabas amparándose en una supuesta falta de rentabilidad comercial o incluso de calidad artística de sus filmes.

Un caso sintomático de esto último es La vida por delante, título que tendría continuación en la secuela La vida alrededor (1959). Quizá por el cinismo indisimulado de sus diálogos o tal vez por la enorme carga crítica que se desprende de las situaciones en ella expuesta, lo cierto es que, antes de convencer, la película hubo de vencer no pocas reticencias.

De entrada, no es habitual que un  film empiece por el final o que en sus títulos de crédito iniciales se incluyan advertencias como los que siguen:

El director y la casa productora agradecen al actor don José Isbert que se haya hecho cargo de un papel inferior a su categoría artística.

Manifestamos nuestro agradecimiento al ciudadano norteamericano William Smith, que para la realización de una escena del film nos prestó un automóvil muy grande y muy bonito.



Es decir: el estilo tronado de su director se manifiesta ya desde el primer fotograma, con lo que ello implica a la hora de incordiar a quienes defendían la imagen oficial de una España en pleno desarrollismo. La visión que se nos ofrece aquí, sin embargo, dista mucho de ser idílica, con esa pareja "feliz", interpretada por Analía Gadé y el propio Fernán Gómez, que se las ve y se las desea para lograr tener un trabajo y una vivienda dignas.

Aunque, claro está, ellos tampoco son muy hábiles que digamos: una doctora (y pésima conductora) que hace enfermar a sus pacientes en lugar de sanarlos y un abogado que ni es capaz de ganar un pleito ni de imponerse a sus alumnas cuando pase a dar clases en la facultad de Magisterio.

Porque para triunfador ya está Manolo Estévez (Manuel Alexandre), ese vividor entrañablemente ridículo que casi habla en verso, siempre rodeado de bellas mujeres, y que es el rey de los enchufes.

Por su crítica irreverente y su humor ácido, La vida por delante enlaza a la perfección con otras películas de Fernando Fernán Gómez como El mundo sigue (1965) o El inquilino (dirigida por José Antonio Nieves Conde en 1958).



Una última nota (1995)




Título original: Gogo no Yuigon-jo
Director: Kaneto Shindô
Japón, 1995, 110 minutos

Una última nota (1995) de Kaneto Shindô


El longevo matrimonio formado por el realizador Kaneto Shindô y la intérprete Nobuko Otowa llegaba a su fin con esta película, estrenada apenas seis meses después del fallecimiento de la actriz. Se trata de una comedia sobre la tercera edad no exenta de una cierta acidez y algún que otro momento surrealista, como las impagables escenas en las que Tomie (enferma de Alzheimer) y su marido Fujihachiro ensayan un número de teatro Noh, la repentina irrupción de un prófugo de la justicia un tanto patoso y bastante pueril o la recepción en la sede de la policía local.

Las referencias a la literatura de Anton Chéjov son constantes a lo largo del filme, sobre todo teniendo en cuenta que una de las piezas predilectas de Yoko Morimoto (vieja gloria de los escenarios que visitará durante unos días a su amiga Toyoko y a la que da vida Haruko Sugimura) es precisamente La gaviota.

No es difícil intuir el paralelismo establecido entre dichos personajes y la situación personal del octogenario Shindô, quien lleva a cabo una lúcida reflexión sobre el paso del tiempo y las dificultades que entraña envejecer en las sociedades modernas. En ese sentido, resulta especialmente conmovedora la historia de la pareja de ancianos que se quitan la vida o el antiguo adulterio de Toyoko con el marido de Yoko, fruto del cual nació su hija.

La extrema sensibilidad de la cultura nipona se hace patente, por último, en detalles de honda delicadeza como la piedra de río que simboliza las vidas de Tomie o de Yoko: aquélla que habría de servir para hincar el último clavo de sus respectivos ataúdes y que será, sin embargo, arrastrada por la caudalosa corriente de la vida.

Haruko Sugimura (izquierda) y Nobuko Otowa (derecha)
pusieron el punto final a sus respectivas carreras con Una última nota

domingo, 24 de enero de 2016

La extraña historia de Oyuki (1992)




Título original: Bokuto kidan
Director: Kaneto Shindô
Japón, 1992, 116 minutos

La extraña historia de Oyuki (1992) de Kaneto Shindô


Resulta fácil comprobar cómo en la dilatada filmografía del cineasta japonés Kaneto Shindô hay una serie de elementos que insistentemente se van repitiendo a lo largo de los años. Uno de ellos es el protagonismo otorgado a las mujeres, a las que a menudo convierte en eje central de no pocas de sus películas, y en particular a la figura de la geisha, a la que humaniza más allá de cualquier prejuicio moral y cuya importancia social gusta de subrayar. Quien haya visto el documental que Shindô dedicó en 1975 a Mizoguchi recordará el testimonio de algunas de las que solía frecuentar su ilustre colega.

En el caso de La extraña historia de Oyuki se adapta una novela del escritor Kafû Nagai (1879–1959), aunque el director se tomó la licencia de convertir en protagonista de la historia al propio Nagai, un reconocido Tenorio sesentón que, sin embargo, caería locamente enamorado de la joven geisha Oyuki, en cuya casa se refugia una noche de tormenta. El hilo conductor del relato serán, pues, los veintinueve tomos del diario íntimo que el escritor fue consignando durante toda su vida.

El filme incluye algunas imágenes de archivo con un fragmento
del discurso del primer ministro Hideki Tōjō en un estadio

Frecuentemente incomprendido por buena parte de sus coetáneos, que ven con recelo las maneras occidentales que Nagai ha adoptado tras sus viajes por Europa y Norteamérica, el escritor nunca revelará su verdadera identidad a Oyuki, ante la que se hace pasar por fotógrafo. Algo similar ocurre con Masa (la mujer que hospeda a Oyuki, interpretada por Nobuko Otowa): parapetada tras unas gafas de sol que esconden una cicatriz en el ojo derecho, no quiere que trascienda su personalidad para así proteger al único hijo que tiene.

Por su cautivadora atmósfera ligeramente decadente, el filme de Shindô podría emparentar a la perfección con Muerte en Venecia de Visconti, si bien los referentes culturales de ambas historias son radicalmente distintos. Sea como fuere, hay algo conmovedor que invita a apiadarse de él en el maduro escritor que se aferra a su relación con Oyuki para apurar los escasos momentos de placer y felicidad que depara el inexorable paso del tiempo. Como le dice a su madre, preocupada por la soltería del hijo tras dos matrimonios fallidos, en una de las escenas iniciales de la película: "Yo moriré solo".

sábado, 23 de enero de 2016

Puro vicio (2014)




Título original: Inherent Vice
Director: Paul Thomas Anderson
EE.UU., 2014, 148 minutos

Puro vicio (2014) de P. Thomas Anderson


¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¡No! Ni siquiera es Pau Riba ni tampoco John Lennon. ¡Es Joaquin Phoenix, el supermán de los actores de hoy en día, ataviado con indumentaria jipi! Desde Extrañas coincidencias (I Heart Huckabees, David O. Russell, 2004) no se había visto nada igual, pero en Puro vicio (2014) Paul Thomas Anderson parece empeñado en superar los parámetros establecidos de lo que se supone que es una película de culto. Y a buen seguro que lo conseguirá, teniendo en cuenta lo extravagante que resulta su argumento.

El diseño de vestuario de Mark Bridges estuvo
nominado en la última edición de los Óscar


El director se ha basado en la novela de Thomas Pynchon para escribir la historia de un nada convencional investigador privado (el desaliñado Larry "Doc" Sportello) y las pesquisas que debe realizar para descubrir el paradero de una antigua novia. Parodiando el estilo de clásicos del cine negro como Retorno al pasado (Out of the past, Jacques Tourneur, 1947) o El sueño eterno (The Big Sleep, Howard Hawks, 1946), una enmarañada trama servirá de pretexto para confundir al espectador y caer voluntariamente, en no pocas ocasiones, en la caricatura más absoluta de los clichés habituales del género detectivesco.

En ese orden de cosas, lo que comienza como una investigación sobre los devaneos de un excéntrico magnate de la construcción en la California de 1970 terminará como un delirio entre psicodélico y surrealista donde no falta ninguno de los tópicos de la contracultura. A ello contribuye una banda sonora repleta de canciones de la época del flower power y del rock progresivo entre las que destacan "Harvest" de Neil Young o un par de temas de los alemanes Can.

Tremendo pastiche sonoro y visual. Y es que Paul Thomas Anderson es un autor, o eso pretende, y de ahí que se permita citar, aunque sea fugazmente, imágenes icónicas de la historia del cine. Como esa especie de última cena a lo Viridiana, pero con pizzas, en la que los personajes se aglomeran a lo largo de una extensa mesa.



El tiempo dirá si realmente este director es uno de los grandes (atrevimiento no le falta). De momento, y aunque aún no se ha hecho con la preciada estatuilla, ya son seis las nominaciones a los Óscar que acumula a lo largo de su carrera, en la que descollan títulos tan significativos como Magnolia (1999) o Pozos de ambición (2007).

El mar (2000)








Director: Agustí Villaronga
España, 2000, 107 minutos

El mar (2000) de Agustí Villaronga

"Esta obsesión por la sangre de Cristo, por la pasión, por Satanás, el hablar velozmente como si me incendiara, estar vivo y mirar como si ya me hubieran enterrado comenzó aquel año en el mes de agosto..." Con estas inquietantes palabras en boca de Manuel empieza  El mar.

El universo tortuoso y cáustico de Agustí Villaronga se veía enriquecido con un capítulo más merced a esta historia basada en una novela del también balear Blai Bonet. Sus protagonistas (Ramallo, Manuel, Sor Francisca) son apenas unos críos cuando estalla la guerra civil, pero la barbarie de la que serán testigos en una pequeña aldea les va a marcar de por vida. Fundamentalmente, porque los niños (contagiados del odio que se respira en el ambiente) acabarán causando la muerte de otros dos muchachos.

Algunos años más tarde (en 1947, a juzgar por una alusión que se hace a la muerte de Manolete) el destino hará que se reencuentren en un hospital para tuberculosos. Ahora Ramallo (Roger Casamajor) es un contrabandista a las órdenes del pérfido don Eugeni (Juli Mira); Manuel (Bruno Bergonzini), un obseso de la religión y Sor Francisca (Antònia Torrens) la encargada de velar por los enfermos.

Ángela Molina (Carmen) y Simón Andreu (en el papel de Alcántara, su marido) aportan al reparto el necesario contrapunto de veteranía.

Carmen (Ángela Molina) intenta consolar a Manuel (Bruno Bergonzini)

miércoles, 20 de enero de 2016

Chronique d'un été (Paris 1960) (1961)







Titre en espagnol: Crónica de un verano (París 1960)
Mise en scène: Jean Rouch et Edgar Morin
France, 1961, 85 minutes



Le jour se lève et le son des sirènes de nombreuses usines annonce une nouvelle journée. En même temps que l’on voit la foule sortir du métro parisien, une voix off nous prévient que « ce film n’a pas été joué par des acteurs, mais vécu par des hommes et des femmes ». À quoi bon ?

Illico, les auteurs nous répondent personnellement devant la caméra : expérience de cinéma-vérité, cette chronique essaie d’être bâtie sur la question « comment vis-tu ? » Et puis, voilà : caméra à l’épaule, Marceline et une copine sortent dans les rues pour poser aux promeneurs inconnus une question assez simple et assez difficile en même temps : « Monsieur, s’il vous plaît. Êtes-vous heureux ? » Surprise, étonnement, parfois fâcherie… Large éventail de réactions, mais toujours avec la sensation que l’effronterie de la question est au moins gênante pour la plupart.

Un témoin dans la rue sorte de la poche un livre de Descartes

Et ensuite Rouch et Morin continuent l’enquête, avec le témoignage des jeunes anonymes : Angelo, Landry, Mary-Lou, Sophie… Que reste-t-il de leurs craintes plus de cinquante années après ? Bien qu’il n’y ait plus de guerre en Algérie, il faudrait tout simplement changer, ça et là, les problèmes d’autrefois par les inquiétudes qui nous troublent à présent : colonialisme par mondialisation, guerre par terrorisme où Algérie par Syrie. Par contre, l’incertitude liée au travail et à nos économies, hier comme aujourd’hui, n’a pas du tout changé.

Angelo dialogue avec Landry au palier

Sorti en 61, Chronique d'un été (Paris 1960) a obtenu à Cannes le prestigieux prix de la critique. D’autant plus que le prodige de voir naître en temps réel un film dépouillé a ébloui le jury. Particulièrement touchantes sont, à ce sujet, les scènes où Marceline et Mary-Lou avouent à nu leurs angoisses les plus intimes : l’une à cause des expériences vécues dans un camp de concentration ; l’autre, en raison de ses fortes tendances dépressives et même suicides.

De sorte que, malgré l’actuelle tyrannie du cinéma commercial, Chronique d'un été… est resté un film incontournable, avec le charme de son noir et blanc de travail en cours et son génial paradoxe : des confidences aléatoirement dévoilées il y a un demi-siècle à Paris pendant quelques jours de juillet-août peuvent avoir une validité intemporellement universelle.



martes, 19 de enero de 2016

La caza (1966)




Director: Carlos Saura
España, 1966, 83 minutos

La caza (1966) de Carlos Saura

Un caluroso día de agosto. Cuatro hombres se disponen a ir de caza en un árido secarral castellano. Pero lo que estaba previsto que se desarrollara como una plácida jornada cinegética acabará, sin embargo, en sangrienta tragedia... Aunque semejante desenlace no debería ser una sorpresa para el espectador, a juzgar por los inequívocos títulos de crédito iniciales que muestran a una pareja de hurones encerrados en una jaula.

En lo que supuso la primera colaboración entre el productor Elías Querejeta y el cineasta Carlos Saura (premiada con el Oso de plata en Berlín), se palpa toda la tensión latente acumulada en una sociedad profundamente marcada por el recuerdo de la Guerra Civil. Tanto es así que podría decirse que cada uno de los personajes simboliza una facción distinta de aquella España: Paco y José serían los vencedores.



No en vano, los actores que los interpretan (Alfredo Mayo e Ismael Merlo, respectivamente) protagonizaron cada uno de ellos dos títulos clave del cine fascistoide: Raza (1942) el primero y Rojo y negro (1942) el segundo. Luis (José María Prada) es el perdedor. De ahí que los otros lo traten sin ninguna consideración. Enrique, por último, (Emilio Gutiérrez Caba) es el joven arribista que no vivió la guerra.

Estilísticamente, La caza (cuyo guion coescribieron Saura y Angelino Fons) sobresale por la fotografía en blanco y negro de Luis Cuadrado. Por otra parte, los personajes miran fijamente a cámara en varias ocasiones, en primer plano, mientras exponen sus ideas. Otras veces, lo que escuchamos es el monólogo interior de sus pensamientos, algo que también sucede en otra película española del mismo año: Nueve cartas a Berta, de Basilio Martín Patino. Por último, la música de Luis de Pablo contribuye de un modo decisivo a subrayar la tirantez subyacente entre unos personajes que se dejarán arrastrar por viejas rencillas.

De izquierda a derecha: Merlo, Mayo, Prada y Gutiérrez Caba

El otro (1972)




Título original: The Other
Director: Robert Mulligan
EE.UU., 1972, 108 minutos

El otro (1972) de Robert Mulligan


Autor de un puñado de películas entrañables como Matar a un ruiseñor (1962), Verano del 42 (1971) o La rebelde (1965), el norteamericano Robert Mulligan (1925-2008) se atrevía con el drama de terror psicológico El otro a ampliar un poco más la nómina de filmes que han utilizado el mundo infantil como punto de partida. Es esta una película emparentada por no pocas conexiones con Suspense (1961) de Jack Clayton y que se incluye en una tradición a la que también pertenecen algunas cintas españolas posteriores como ¿Quién puede matar a un niño? (1976) de Narciso Ibáñez-Serrador, Los otros (2001) de Alejandro Amenábar o El orfanato (2007) de J. A. Bayona. Todavía podrían añadirse clásicos como La profecía (1976) de Richard Donner, La semilla del diablo (1968) de Polanski o El exorcista (1973) de William Friedkin. En realidad, el referente primitivo que actúa de común denominador de la gran mayoría de estos títulos no es cinematográfico sino literario: la novela Otra vuelta de tuerca de Henry James.

En el caso particular de El otro la ambientación es esa típica granja con granero y establos de la América profunda que hemos visto en El Mago de Oz (1939) o en Único testigo (1985), con sus rancias ancianas y su moral puritana. La acción transcurre en el verano del 35 y los inquietantes hermanos Niles y Holland Perry fueron interpretados por una pareja de gemelos reales: Chris y Martin Udvarnoky, respectivamente.

A lo largo del filme son cuantiosas las pequeñas referencias y/o pistas diseminadas, a veces fugaz e imperceptiblemente, como aquella criatura conservada en formol que apenas se ve en la escena circense y que remite catafóricamente al desenlace de la película. Por cierto que los seres de aspecto monstruoso que en esa misma parte de la trama completan la actuación del mago Chan-Yu son una alusión directa a otro clásico del género: Freaks/La parada de los monstruos (1932) de Tod Browning.

En definitiva, El otro se ha ganado por méritos propios un lugar privilegiado entre los filmes de culto, con su obstinada mezcla entre lo imaginario y lo real y un macabro contraste entre inocencia y crueldad (particularmente despiadado en el caso del "juego" que la abuela Ada le enseña a su nieto) que sembrará de misteriosas muertes la tranquila vida de una familia de Connecticut.


domingo, 17 de enero de 2016

Vive hoy, muere mañana (1970)




Título original: Hadaka no jûkyû-sai
Director: Kaneto Shindô
Japón, 1970, 120 minutos

Vive hoy, muere mañana (1970) de Kaneto Shindô


Inspirada en la vida del joven Norio Nagayama, en Vive hoy, muere mañana la identidad del personaje real se esconde bajo el nombre de Michio Yamada (al que interpreta Daijirô Harada). Tras finalizar la secundaria, es reclutado por el shushoku shudan, un programa de trabajo impulsado por el gobierno japonés de la posguerra y que consistía en enviar jóvenes del campo a la ciudad. En su caso, es casi una clase entera de alumnos recién graduados de secundaria la que es llevada a Tokio para trabajar en una empresa de frutas. A Michio le tocará preparar los exhibidores con la mercancía, pero cuando él y dos compañeros decidan ir durante un descanso al restaurante que se encuentra en otra planta del mismo edificio serán inmediata y duramente reprendidos por el gerente. Primera lección aprendida: para esta generación de jóvenes desarraigados nada va a ser fácil si quieren abrirse camino en la vida.

Inicialmente el joven Michio parece aceptar la situación, pero la rabia y la frustración irán gradualmente apoderándose de él y, tras colarse en una casa en una base militar americana, robará una pistola del interior de un bolso. De ahí a abandonar su trabajo sólo mediará un paso. Una noche, mientras merodea en la parte posterior de una piscina pública es abordado por un guardia de seguridad, con quien forcejea y al que luego dispara.

Michio Yamada: ¿criminal o víctima?

Llegados a este punto, la película da un salto hacia el pasado, a un remoto pueblo de pescadores donde comienza la historia de los padres de Michio. La madre tiene demasiados hijos que cuidar y el padre es un jugador y vagabundo incapaz de hacer frente a sus responsabilidades. Es precisamente en este periodo cuando algunas cosas terribles le van a suceder a una familia acuciada por el hambre: el padre regresa de la guerra, maltrecho y aún más degenerado que antes; las autoridades no resultan de mucha ayuda y una de las hijas mayores es salvajemente violada por un grupo de jóvenes, algo que Michio, apenas un niño, presencia con sus propios ojos. Sólo habrá, al parecer, un instante de consuelo en la vida del muchacho y es al proclamarse vencedor de la maratón en la escuela secundaria. 

Michio, de uniforme, se despide de su madre

Después de matar al guardia, Michio se moverá en el ambiente underground de la capital, relacionándose con muchachas desinhibidas y llevando a cabo trabajos pésimamente remunerados. Tras intentar en vano retomar el contacto con su familia, matará a varias personas más, la mayoría sin razón aparente: un policía que trata de arrestarlo, un par de taxistas o un gánster al que hiere gravemente por haber querido extorsionarle.

La película termina con un intento de análisis de por qué Michio Yamada llegó a perpetrar tantos asesinatos. La mayoría de los que lo conocieron responderán a la nube de periodistas que los acosan con apenas vaguedades, siendo únicamente una antigua compañera de clase la que dé en el clavo: "Michio nunca tuvo suficiente voluntad".

La madre acosada por los periodistas

De modo que lo que a fin de cuentas nos queda es el retrato de una sociedad muy ingrata, ya que Michio no es más que un hombre mediocre que ha sido molido a palos por ella, un poco como el perro de la escena inicial al que él mismo propina un severo puntapié. En definitiva, se trata de una película extraña, cuyo mensaje determinista puede resultar por momentos contradictorio y en la que no se aprecia una puesta en escena excesivamente elaborada ni cuyo montaje parece tampoco ser nada del otro mundo. Y, sin embargo, puede decirse sin lugar a dudas que el resultado final posee la fuerza incontestable de todo el cine de Kaneto Shindô.

sábado, 16 de enero de 2016

Onibaba (1964)




Título alternativo: Demonio feo
Director: Kaneto Shindô
Japón, 1964, 103 minutos

Onibaba (1964) de Kaneto Shindô


En el Japón del siglo XIV, una mujer y su suegra (interpretada, como es habitual en el cine de Kaneto Shindô, por la actriz Nobuko Otowa) se dedican a matar a samuráis solitarios para luego revender sus pertenencias. Viven en una choza miserable situada en las inmediaciones de un cañaveral y cada día, al caer la noche, el viento agita los tallos de un mar de hierba que alberga en su interior una sima en la que las dos mujeres arrojan los cadáveres de sus víctimas.

Pero un día la suegra decide utilizar una horrible máscara de demonio para aterrorizar a su nuera como represalia por haber mantenido relaciones con otro hombre sin haber esperado a que su hijo Kichi regresara de la guerra.



Hasta aquí todo sería muy fácil, pero hay varios factores que deben ser tenidos en cuenta. En primer lugar, ¿de dónde sale la máscara? La anciana logra arrancársela, no sin arduo esfuerzo, a un misterioso guerrero malherido. Pero lo que ve bajo ella resulta descomunalmente espeluznante... Y la historia se repetirá, con idéntico resultado, cuando, tiempo después, sea la nuera quien se la consiga quitar a su suegra. El guion de Shindô no puede ser más eficaz, en ese aspecto, habida cuenda de la maestría que demuestra a la hora de confundir a los personajes (y de paso al espectador) sobre la posible naturaleza paranormal de los acontecimientos.

A tal efecto, la espléndida partitura compuesta por Hikaru Hayashi contribuye enormemente a reforzar la sensación de espanto en una película que participa a partes iguales de la recreación histórica y del terror psicológico.



No es mi tipo (2013)




Título original: Pas son genre
Director: Lucas Belvaux
Francia/Bélgica, 2013, 111 minutos

La peluquera kantiana

No es mi tipo (2013) de Lucas Belvaux


En Le mari de la coiffeuse (1990) Patrice Leconte explicaba la historia de un hombre que, debido a una vivencia que le marcó profundamente durante su adolescencia, sentía una desmesurada atracción hacia una peluquera. Algo similar ocurre en la última película del realizador belga Lucas Belvaux, quien ha adaptado, escrito y dirigido No es mi tipo a partir de la novela homónima de Philippe Vilain.

En este caso es Clément (Loïc Corbery), un joven profesor de filosofía parisino, quien, habiendo sido destinado a Arrás durante un año, acaba manteniendo una relación con Jennifer (Émilie Dequenne): divorciada, madre de un niño llamado Dylan, fan del karaoke y peluquera. Un abismo social y cultural media entre ellos, pero aun así nace la atracción. Él le leerá a Kant, a Dostoyevski, a Steinbeck, a Zola... y ella le enseñará quién es Jennifer Aniston.

El filme plantea el eterno dilema entre capital y provincia, algo muy arraigado en un país tan centralista como Francia, pero también la oposición entre lo cerebral y lo pasional, entre refinamiento cultural y cultura de masas. Y sobre todo la pregunta del millón: ¿hasta qué punto es factible una relación sentimental entre polos opuestos? A medida que se vayan conociendo, surgirán las inevitables incompatibilidades: la susceptibilidad de Jennifer al sentirse en ocasiones ninguneada por monsieur le professeur; la vergüenza de Clément a la hora de presentar a Jennifer a sus conocidos...

Clément / Jennifer


Aunque, todo hay que decirlo, se hace evidente una indisimulada toma de partido en favor de la peluquera, cuando un enfoque más imparcial habría enriquecido notablemente la trama. Véase, si no, la escena en la que la pareja visita la sala de fiestas que Jennifer y sus compañeras de trabajo suelen frecuentar: con aires de pato mareado, Clément se siente fuera de lugar. Más aún: se diría que incluso molesto por tener que rebajarse a hacer algo que a todas luces le resulta incómodo (pese a que, al final y a regañadientes, participe de la fiesta). O ¿qué decir de sus engreídos padres, quienes, rozando la caricatura, se burlan del hijo por haber aceptado un puesto en la pueblerina Arrás? Ella, en cambio, se declara lectora habitual de las novelas de Anna Gavalda, cree que nunca hay que dejar un libro a medias ("por respeto al trabajo del autor") y aceptará con gusto leer clásicos como El idiota o La perla. No están, por lo tanto, en plano de igualdad: ella es más persona y él, más cliché.

Otro punto flaco es el título del filme. Cuánto más habría ganado siendo El filósofo y la peluquera (parece un título de Rohmer o de Truffaut) o simplemente La peluquera kantiana, como la llama Clément, no se sabe si afectuosa o irónicamente, por opinar igual que el filósofo alemán en la Crítica de la razón práctica. Pero, claro, ya se sabe: por imperativo de las leyes de mercado (y de los productores cinematográficos), la adaptación de una novela de éxito debe mantener el mismo título para asegurarse que sus lectores vayan también a ver la película.

En cuanto a los aspectos más técnicos, en esta su última película Lucas Belvaux usa y abusa de la elipsis expresiva: el protagonista recibe en su casa la carta de traslado, reniega en voz alta y, ya en el plano siguiente, le da la réplica su superior en un despacho del Ministerio. Es sólo un ejemplo de un recurso ingenioso, nadie lo pone en tela de juicio, pero que, como todo en esta vida, pierde efectividad cuando se utiliza en exceso.

Y, por último, en lo referente al resto de actores que forman el reparto, cabe destacar la presencia de la cantante francocamerunesa Sandra Nkaké, que interpreta a Cathy, una de las compañeras de trabajo y amigas íntimas de Jennifer.

De izquierda a derecha: Lucas Belvaux, Émilie Dequenne y Loïc Corbery
en el Festival du film romantique de Cabourg, donde fueron premiados
 con el Swann de oro, en junio de 2014