Título original: Das Schloß
Director: Michael Haneke
Austria/Alemania/Francia, 1997, 131 minutos
El castillo (1997) de Michael Haneke |
Cuando K. llegó ya era tarde. Una espesa nieve cubría la aldea. La niebla y la noche ocultaban la colina, y ni un rayo de luz revelaba el gran castillo. K. permaneció largo tiempo sobre el puente de madera que llevaba de la carretera general al pueblo, con los ojos levantados hacia aquellas alturas que parecían vacías. Después se dirigió a buscar alojamiento; los huéspedes no se habían acostado aún; no quedaba habitación, pero, sorprendido y desconcertado por un cliente que llegaba tan tarde, el mesonero le propuso acondicionar un jergón en la sala. K. aceptó. Permanecían todavía allí algunos campesinos sentados a la mesa alrededor de sus jarras de cerveza, pero no deseaban hablar con nadie; él mismo fue a buscar el jergón al granero y se acostó cerca de la estufa. Hacía calor, los campesinos callaban; los miró aún un poco parpadeando fatigosamente y después se durmió.
Franz Kafka
El castillo (1922)
Traducción de J.A. Moyano Moradillo
La omnipresencia de la voz de un narrador (Udo Samel) es, quizás, uno de los elementos que mejor reflejan la fidelidad al texto de Kafka con la que Michael Haneke abordó la adaptación televisiva de Das Schloß (1997). Tarea nada fácil, por cierto, considerando las particularidades de una obra y un autor en absoluto convencionales. De entrada, porque, al igual que El proceso (1925), se trata de una novela inconclusa, lo cual añade aún más confusión a un argumento ya de por sí críptico. En todo caso, sí queda clara la voluntad de denunciar lo aparatoso de una burocracia implacable frente a la que poco puede hacer el individuo.
El microcosmos en el que irrumpe el agrimensor K. (Ulrich Mühe) lo conforman seres extraños, hostiles a su presencia en un entorno inhóspito fuertemente controlado por unas autoridades que le vedan sistemáticamente el acceso a las instalaciones del castillo, por más que él insiste que ha sido contratado como topógrafo.
La única que parece mostrarle afecto es Frieda (Susanne Lothar), camarera de la posada y con la que K. entabla una relación sentimental. Pero el miedo y la desconfianza imperan entre los habitantes del lugar y ni el maestro de escuela ni ninguno de los funcionarios a los que acude el protagonista lograrán satisfacer sus aspiraciones de contactar con los máximos responsables de la ciudadela.
Para recrear la atmósfera de pesadilla que desprenden las páginas del célebre escritor checo, Haneke trasladó su equipo de rodaje hasta las frías comarcas de la provincia de Estiria, en el sureste de Austria. Allí, coincidiendo con los rigores del gélido invierno, filma a sus actores en largos trávelin laterales mientras éstos caminan sobre la nieve o bajo las inclemencias de alguna ventisca. Varios de dichos intérpretes, por cierto, como los malogrados Mühe, Lothar o Frank Giering, trabajarían a sus órdenes ese mismo año en Funny Games (1997).
Y yo que creí que había visto casi todo el cine de Haneke. De entrada me faltan todos los telefilms como este que tan bien reseñas. Desde luego, Kafka le viene a Haneke como anillo al dedo.
ResponderEliminarSaludos.
Ya lo creo: son tal para cuál. Y respecto a lo primero que comentas, pues ya ves: si uno escarba un poco, siempre salen cosas interesantes más allá de los títulos habituales de la filmografía de un autor.
EliminarSaludos.
Que interesante no solo por el gran Kafka sino por le director. Eso sí, debe ser muy densa su visión jaja. Pero valorable también. Saludos y gracias por la novedad.
ResponderEliminarCuestión de gustos, supongo. Y de experiencia también. A mí, por ejemplo, me ha resultado mucho menos densa ahora que cuando la vi por primera vez, hace ya de esto unos cuantos años.
EliminarSaludos. Se echaba de menos tu presencia por estos pagos.
Estoy en la línea de Ethan, si alguien puede recrear el mundo agobiante y, de denuncia de Kafka, es Haneke.
ResponderEliminarJunto con David Lynch y David Cronemberg, supongo.
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