Título original: Marisa la civetta
Director: Mauro Bolognini
Italia/España, 1957, 81 minutos
Marisa, la coqueta (1957) de Mauro Bolognini |
Pese a enmarcarse en los cauces de lo que sería la típica comedia ligera italiana de mediados de los cincuenta, Marisa la civetta (1957) posee, sin embargo, el encanto de arrojar una cierta mirada poética sobre los ambientes populares en torno a la estación ferroviaria de Civitavecchia. No en vano, la presencia de Pasolini entre el equipo de guionistas que se encargó de escribir la película aporta una nota ligeramente libertaria al personaje de la huérfana protagonista, versión un tanto sui géneris de la maggiorata (arquetipo femenino de la belleza auspiciado, desde la posguerra, por la industria cinematográfica de aquel país).
A diferencia de las voluptuosas Gina Lollobrigida o Sophia Loren, quienes acabarían convirtiéndose en estrellas de ámbito internacional (aparte de iconos de la sensualidad mediterránea), el recorrido artístico de Marisa Allasio, apodada la Jayne Mansfield italiana, se limitó a apenas dieciocho filmes rodados entre 1952 y 1958, fecha en que se retira definitivamente tras su matrimonio con un destacado aristócrata, nieto del rey Víctor Manuel III.
A lo largo de los escasos ochenta minutos que dura la trama, unos y otros se disputan el amor de la muchacha, auténtico objeto del deseo que, consciente de su encanto, da y quita esperanzas en función de un carácter no menos caprichoso. Porque, en realidad, y aunque lo disimule muy bien bajo su aparente firmeza, lo que le ocurre a Marisa es que siente un enorme vacío afectivo. Así pues, la pizpireta vendedora ambulante creerá, sucesivamente, haber encontrado al amor de su vida en la figura del atlético Luccicotto (Ángel Aranda), el crédulo Luigi (Ettore Manni) o hasta el nuevo y severo jefe de estación (Paco Rabal), el único que finge no sucumbir a la coquetería de la muchacha.
Sin embargo, quien mejor se ajusta a los anhelos de Marisa es el marinero Angelo (Renato Salvatori), quizá porque encarna el espíritu aventurero que podría sacarla de ese microcosmos de andenes y locomotoras en el que siempre ha vivido y donde, tal vez sin ser demasiado consciente de ello, lleva una existencia insufriblemente gris. A pesar de que el niño Fumetto (Giancarlo Zarfati) le ofrezca con su complicidad inocente parte de la ternura ansiada por esta "rosa de fuego".
La verdad es que si te dejas llevar por el título, es de las que dejas apartadas, aunque, por lo que dices, tiene más cosas.
ResponderEliminarEs una película entrañable que merece la pena ver. Aparte de que participan en ella varios actores españoles.
EliminarHola Juan!
ResponderEliminarEs muy curioso el poster. No la conocía, apuntada queda.
Saludos!
Yo creo que te gustará. Es de esas que sueles ver de madrugada.
EliminarSaludos.