Título original: Edipo Re
Director: Pier Paolo Pasolini
Italia/Marruecos, 1967, 104 minutos
Edipo, el hijo de la fortuna (1967) |
¡Ay, ay! Todo va cumpliéndose exactamente. ¡Oh luz! ¡Así te vea por última vez! Pues queda patente que he nacido de quienes no debía, tenido trato con quienes no me era lícito y dado muerte a quienes no debía.
Sófocles
Edipo Rey
Traducción de Julio Pallí Bonet
Cuánta belleza en las imágenes de Edipo Re (1967). ¡Cuánta verdad! Aun a sabiendas de que el cine es una mentira... Pero Pasolini, poeta antes que cineasta, huye como de la peste de la estética del péplum y rueda los exteriores de su película en un Marruecos que podría pasar perfectamente por la Grecia clásica. Así pues, algunos enclaves emblemáticos del Valle del Draa como Ouarzazate, la ciudadela de Ait-Ben-Haddou o Zagora pasan por ser, en la ficción, las murallas de Tebas y Corinto.
Otros elementos de muy diversa procedencia encajan admirablemente en el conjunto, desde máscaras africanas (por ejemplo, en la escena de la Esfinge) hasta música folclórica rumana, japonesa o indonesia. En ocasiones, incluso se escucha de fondo un cuarteto de cuerda de Mozart (concretamente el número 19 en do mayor, K 465), que se utiliza como tema de la madre (Silvana Mangano).
Aunque la trágica historia del niño abandonado que, al crecer, mata a su padre y yace con la madre posee, a su vez, innegables connotaciones freudianas que Pasolini aprovecha para darle un enfoque personal al mito. A este respecto, tanto el prólogo, recreando el nacimiento del director en la Italia fascista de los años veinte, como el epílogo en la Piazza Maggiore de Bolonia pudieran entenderse, en clave autobiográfica, como un agrio rechazo contra su propio padre y la sociedad burguesa y militarista en la que le tocó crecer.
Al margen del encanto del filme en su vertiente etnográfica y de la magistral recreación de la Antigüedad que en él se lleva a cabo, conviene también subrayar que la milenaria leyenda edípica que le sirve de base, a partir del texto de Sófocles, constituye, al mismo tiempo, una clara metáfora de la angustia existencial del hombre contemporáneo, ofuscado por desconocer su verdadera identidad y siempre al borde del colapso bajo la amenaza de las muchas incógnitas que lo asedian.
Muy interesante tu aportación sobre las lecturas en clave autobiográfica y metafórica de uno de los filmes más emblemáticos de este gran director.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias, Ricard. Me alegro de que te haya gustado.
EliminarUn abrazo.
En efecto, poesía en imágenes.
ResponderEliminarPoesía, sí. Aunque también una honda reflexión metafísica.
EliminarEn un comentario que escribí sobre la película, quise expresar algo así como que Pasolini fue capaz de interpretar su presente y ver más allá de la apariencia y de la ceguera generalizada; y concluí que <>, puesto que, al igual que el personaje, cuando ciego alcanza a “ver”, el conocimiento de la realidad que desvela en sus “Escritos Corsarios” implicó liberación y condena.
ResponderEliminarSaludos.
Totalmente de acuerdo, Antonio: si por algo destaca Pasolini es precisamente por su clarividencia.
EliminarSaludos.