Director: Manuel Summers
España, 1964, 85 minutos
La niña de luto (1964) de Summers |
La socarronería que destila un filme tan particularmente corrosivo como La niña de luto (1964) nace de un claro contraste entre lo solemne y lo chusco. Algo que, por otra parte, resulta típicamente español. O, al menos, muy acorde con la visión más extendida que se suele tener de la España profunda. Así pues, ya desde los mismos títulos de crédito iniciales, con esos crespones negros que, como por arte de magia, desaparecen de los retratos de supuestos difuntos mientras, en una abarrotada sala de fiestas, suenan las notas atronadoras de un baile moderno, se da a entender una actitud de chufla contra la mojigatería imperante entre quienes aún conciben el luto a la antigua usanza.
Circunstancia que para la pobre Rocío (María José Alfonso) y su pretendiente Rafael (Alfredo Landa) va a suponer un verdadero calvario, toda vez que los festejos propios del noviazgo resultan incompatibles con el duelo estricto que debe guardarse tras el fallecimiento de un familiar cercano. Sobre todo si las defunciones se producen en cadena...
Son tantos los momentos que denotan el sarcasmo de Summers en este su segundo largometraje, coescrito, entre otros, junto a Tico Medina y Pilar Miró, que bastaría tan sólo con citar un par de ejemplos (el empleado de pompas fúnebres saboreando un polo de fresa en pleno acto de servicio, la corbata del abuelito que sobresale del féretro...) para darse cabalmente cuenta de la actitud mordaz del cineasta. Causticidad rayana en lo irreverente cuando el sacerdote y hasta un agente de la Benemérita se arrancan por bulerías en una celebración familiar.
Sea como sea, el caso es que la cinta se presta a una interpretación en la que lo humorístico entronca de pleno con lo sociológico, habida cuenta de que Summers, como haría posteriormente en To er mundo é güeno (1982) y sus varias secuelas, recurre a gente anónima del pueblo, en su mayoría vecinos de La Palma del Condado (Huelva) y alrededores, para que hagan de extras. Lo cual proporciona un verismo hasta cierto punto documental y una frescura, merced a los diálogos rodados con sonido directo, cuyo paradigma serían las intervenciones del inefable Juanito "El Bicicletas".
Curiosa y muy notable película de la mejor etapa de su director.
ResponderEliminarUn abrazo.
Y con una mala leche (como la escena en la que el NO-DO muestra una tribu africana tan tercermundista como la España de aquel entonces) que a veces puede pasar desapercibida.
EliminarUn abrazo.
Summers, con ese humor suyo tan peculiar, sabía combinar muy bien el chiste con la crítica, en el cine y en sus inolvidables viñetas.
ResponderEliminarPor eso sus películas resultan tan entrañables.
EliminarCrec que fins i tot ha guanyat amb el pas del temps.
ResponderEliminarÉs probable. Com a país, malgrat que pugui semblar el contrari, tampoc hem evolucionat gaire.
EliminarCon la perspectiva que otorga el paso del tiempo, la situaría al nivel de una comedia costumbrista, novedosa en su momento, con una buena dosis de humor negro muy al gusto de su realizador. Cine posibilista en la España del momento. Ah, y unos excelentes María José Alfonso y Alfredo Landa (aunque éste siempre peque de escasa sutileza).
ResponderEliminarMe gustaron más sus dos siguientes películas, EL JUEGO DE LA OCA y, sobre todo, JUGUETES ROTOS. A partir de ahí, todo lo que hizo después dejó de interesarme.
Un saludo.
Coincido, a grandes rasgos, con tu valoración, si bien la propia figura de Summers me inspira simpatía por sí misma al margen de sus películas.
EliminarSaludos.