Título original: Giovani mariti
Director: Mauro Bolognini
Italia/Francia, 1958, 98 minutos
Jóvenes maridos (1958) de Mauro Bolognini |
Comienza Giovani mariti (1958) y uno tiene la sensación de que ya ha visto antes muchas de las situaciones que van desfilando por la pantalla: un grupo de jóvenes ociosos y algo gamberros se dedica a armar jaleo en plena noche por las calles desiertas de una ciudad de provincias. Enseguida nos asalta el recuerdo de I vitelloni (1953), aunque, a diferencia del clásico de Fellini, estos muchachos son menos reflexivos y más bullangueros. Y prefiguran, sin llegar a incurrir en ningún delito (más allá de 'escándalo en la vía pública'), lo que el mismo equipo de guionistas, liderado por el tándem Bolognini-Pasolini, describirá al año siguiente en La notte brava (1959).
La voz en off de uno de ellos los presenta, destacando las cualidades de cada uno: "Giulio, el inocente; Ettore, el ídolo de las mujeres; Marcello, último en las carreras, primero en el amor; Franco el más loco, alegre y feliz de todos..." Quien así habla es Antonio (Franco Interlenghi), otro de esos veinteañeros que se resiste a abandonar la adolescencia, temeroso de que la entrada en la vida adulta suponga el fin de las juergas que solía correrse con su grupo de amigotes.
En líneas generales, Giovani mariti tiene mucho de despedida, de nostalgia frente a la pérdida de libertad que conlleva el matrimonio. Pero también encierra, al mismo tiempo, una crítica feroz contra una determinada manera de concebir las relaciones humanas que es muy propia de la pequeña burguesía. A este respecto, el egoísmo de los chicos contrasta con la esperanza que los personajes femeninos depositan en la posibilidad de casarse con el más simpático, el más inteligente o, sobre todo, el más guapo.
Y así, la camaradería entre quienes pasan las noches de estío en el prostíbulo local o bañándose en un estanque a la luz de la luna no sólo denota la inmadurez propia de unos malcriados, sino, por encima de todo, el final de su inocencia: exactamente la misma que, de ahora en adelante, será apenas un fantasma vagando por esos oscuros callejones en los que hasta ayer mismo invocaban el rugido de un león.