miércoles, 11 de agosto de 2021

La sirena negra (1947)




Director: Carlos Serrano de Osma
España, 1947, 64 minutos

La sirena negra (1947) de Serrano de Osma


Abiertos los ojos a la penumbra, pensaba en la que va a desaparecer después de sufrir tal suplicio en su corazón, selva de plantas ponzoñosas. Esa vaga incredulidad que nos asalta ante el no ser, me dominó por un momento. ¿Era posible que Rita, la caprichosa, la vivaz, la que tanto se entusiasmaba y hacía tales extremos en el teatro, la que había padecido los furores de la antigüedad criminal, fuese mañana un poco de materia orgánica en descomposición? ¿Cómo puede suceder algo tan extraordinario en un segundo? ¿Por qué se arroja sangre si cesa de existir? Murió Rita, dirán. Entonces, Rita no es su cuerpo enmagrecido, no es sus cabellos foscos, no es su tez verdosa, no es su cuello de flor medio tronchada. Todo eso ahí estará... y Rita no. Puse sobre el velador los codos y sobre las palmas derrumbé la cabeza. Mi meditación se convertía en cavilación visionaria. Acaso dormía, acaso deliraba. El alcaloide del café concentrado actuaba sobre mi sistema nervioso, y con malsano goce dejé volar mi fantasía, provista de unas alas membranosas, gris oscuro, de murciélago, que acababan de brotarle.

Emilia Pardo Bazán
La sirena negra (1908)

El mítico Carlos Serrano de Osma (1916–1984) perteneció a esa estirpe de cineastas que, como Orson Welles, poseen la rara virtud de convertir en insólito todo aquello que abordan en sus películas. Buena prueba de ello son títulos como la casi expresionista Embrujo (1948) y el filme que ahora nos ocupa, La sirena negra (1947), adaptación de la novela homónima que la condesa de Pardo Bazán, imbuida por los efluvios del modernismo y dispuesta a dar un giro a su carrera, había publicado a principios del siglo XX.

Son, sin embargo, muchas las diferencias introducidas por Juan Antonio Cabezas y José Vega Picó, autores del guion cinematográfico, con respecto a la fuente literaria. De entrada, una voz en off omnipresente (y, hasta cierto punto, fastidiosa) sustituye, o más bien resume, la narración en primera persona que el protagonista, Gaspar de Montenegro (Fernando Fernán Gómez en la pantalla), llevaba a cabo en el texto. Además, su hijo adoptivo pasaba a ser una niña (Ketty Clavijo), con lo que el relato gana en intensidad dramática al añadir otro personaje femenino al universo de un individuo que vive ofuscado por su compleja relación con las mujeres.



Ya desde el propio título, metáfora de los pensamientos luctuosos que de continuo acechan al infeliz Montenegro, la muerte planea a lo largo y ancho de una cinta cuya factura visual abunda en ambientes lúgubres. En ese mismo sentido, lo cual constituye uno de los rasgos definitorios del estilo fílmico del director, son frecuentes las tomas en ángulo contrapicado, recurso mediante el que se pretende poner de relieve el carácter trágico de los acontecimientos. Asimismo, el uso del flashback o las escenas de contenido onírico son típicas de la particular personalidad de Serrano de Osma.

Por otra parte, Fernando Fernán Gómez, hasta aquel entonces encasillado en papeles de galán cómico, demostraba con esta película, repleta de suicidas, melancólicos, madres solteras y demás truculencias, que también era capaz de acometer trabajos mucho más serios, dando muestras de una versatilidad considerable que acabaría por encumbrarlo definitivamente entre los mejores intérpretes de su generación.



2 comentarios:

  1. No he visto la película. Sí que lei el libro de Pardo Bazán, su última y, para algunos, mejor novela.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es verdad. De hecho, hace apenas unos meses se reeditó coincidiendo con el centenario del fallecimiento de la condesa (1851-1921).

      Eliminar