Director: Antonio Isasi-Isasmendi
España/Francia/Italia, 1963, 98 minutos
La máscara de Scaramouche (1963) de Antonio Isasi-Isasmendi |
Hijo ilegítimo de un duque, Robert Lafleur, alias Scaramouche (Gérard Barray) tiene fascinado a todo París gracias a sus dotes histriónicas sobre las tablas y a una fama de seductor irresistible que le precede allá adonde fuere. Sin embargo, la llegada del viejo marqués de Souchil, tras quince años como gobernador de Luisina, dará pie al inicio de las pesquisas para averiguar el origen del cómico. Sobre todo porque éste posee una misteriosa cicatriz en el pecho que, además de aclarar quién fue su padre, podría comprometer la reputación de algún ilustre aristócrata...
Lejos de igualar a su modelo, La máscara de Scaramouche nos habla, sin embargo, de un tiempo en el que Europa intentaba competir con Hollywood a base de coproducciones entre diferentes países que aunaban esfuerzos con la finalidad (casi la esperanza) de ofrecer un producto remotamente parecido a las filigranas surgidas de la meca del cine. De ahí que Isasi y su equipo de guionistas mantuviesen, además del personaje que da título a la película, la estructura básica de enredos amorosos, intrigas cortesanas y duelos de esgrima que ya estaba presente en el filme de George Sidney.
Arrancaba la versión francesa con las notas de "Les comédiens", el clásico de Aznavour, interpretado por Jacqueline François. Aunque en la versión en lengua castellana es una voz masculina sin identificar la que canta aquello de "¡Pasen, señores, grandes y chicos! ¡Entren para admirar a los comediantes...!" Y es que, tal vez porque los medios eran escasos, el rigor histórico pasaba aquí a un segundo plano. Por eso el infame marqués de la Tour (Alberto de Mendoza) habla con un acento argentino que no logra disimular del todo o se hace pasar la catedral de Burgos por la parisina Notre-Dame.
El habitual batiburrillo de nacionalidades en este tipo de proyectos internacionales hace que convivan en el reparto nombres tan dispares como los de la italiana Gianna Maria Canale (la posadera Suzanne) o la francesa Michèle Girardon (Diana, ahijada de Souchil) junto a viejas glorias del cine español como Rafael Durán (Señor de Dubalon) o eternos secundarios como Xan das Bolas (Gino) o Jorge Rigaud (duque de Lacoste). El papel de Pierrot, en cambio, colorido cómplice del protagonista, corrió a cargo de Gonzalo Cañas, una joven promesa cuya carrera empezaba a despuntar por aquel entonces.
Lejos de igualar a su modelo, La máscara de Scaramouche nos habla, sin embargo, de un tiempo en el que Europa intentaba competir con Hollywood a base de coproducciones entre diferentes países que aunaban esfuerzos con la finalidad (casi la esperanza) de ofrecer un producto remotamente parecido a las filigranas surgidas de la meca del cine. De ahí que Isasi y su equipo de guionistas mantuviesen, además del personaje que da título a la película, la estructura básica de enredos amorosos, intrigas cortesanas y duelos de esgrima que ya estaba presente en el filme de George Sidney.
Arrancaba la versión francesa con las notas de "Les comédiens", el clásico de Aznavour, interpretado por Jacqueline François. Aunque en la versión en lengua castellana es una voz masculina sin identificar la que canta aquello de "¡Pasen, señores, grandes y chicos! ¡Entren para admirar a los comediantes...!" Y es que, tal vez porque los medios eran escasos, el rigor histórico pasaba aquí a un segundo plano. Por eso el infame marqués de la Tour (Alberto de Mendoza) habla con un acento argentino que no logra disimular del todo o se hace pasar la catedral de Burgos por la parisina Notre-Dame.
El habitual batiburrillo de nacionalidades en este tipo de proyectos internacionales hace que convivan en el reparto nombres tan dispares como los de la italiana Gianna Maria Canale (la posadera Suzanne) o la francesa Michèle Girardon (Diana, ahijada de Souchil) junto a viejas glorias del cine español como Rafael Durán (Señor de Dubalon) o eternos secundarios como Xan das Bolas (Gino) o Jorge Rigaud (duque de Lacoste). El papel de Pierrot, en cambio, colorido cómplice del protagonista, corrió a cargo de Gonzalo Cañas, una joven promesa cuya carrera empezaba a despuntar por aquel entonces.
Que tal Juan!
ResponderEliminarNo la conocía pero me guardo el enlace, gracias. En una de estas madrugadas tontas seguro que cae...jeje
Venga, saludos!
Es un producto típico del cine de los sesenta, pero ahí, precisamente, es donde yo creo que radica su encanto.
EliminarSaludos.