Título original: The Fury
Director: Brian De Palma
EE.UU., 1978, 118 minutos
Fiel a su barroquismo de inspiración hitchcockiana, Brian De Palma planteó The Fury como otra vuelta de tuerca en torno a los temas y tipos ya presentes en Carrie (1976). Sólo que ahora contando con el reclamo de dos grandes estrellas de Hollywood: Kirk Douglas y John Cassavetes. Circunstancia que repercutiría positivamente en la recaudación obtenida por la cinta, pese a que su director haya manifestado más de una vez que este título no figura entre los predilectos de su propia filmografía.
Y como el suspense no está reñido con el humor, son varios los momentos en los que John Farris, autor del guion así como de la novela en la que éste está basado, se permite incluir alguna que otra pincelada cómica: caso de la hilarante escena en casa de los Nuckells o de aquel par de porteros que se dedican a jugar con los walkies-talkies para desesperación de los agentes secretos, que ven cómo les ocupan la frecuencia.
Poseedores de unas facultades parapsicológicas fuera de lo común, los jóvenes Robin (Andrew Stevens) y después Gillian (Amy Irving) padecerán el acoso de los servicios secretos estadounidenses, empeñados en domesticar tan insólito don con el objetivo de servirse de él en beneficio propio. Algo a lo que no está dispuesto el ex agente de la CIA Peter (Kirk Douglas), quien removerá Roma con Santiago con tal de dilucidar quiénes estuvieron detrás del secuestro de su hijo.
Telequinesia, telepatía, videncia... Conceptos, todos ellos, vinculados al poder de la mente y que el cineasta combina con la precisión de un ballet cuyas coreografías se sirven del lenguaje de los sueños. De ahí el rechazo que en muchos espectadores provoca ese particular ir y venir de situaciones extremas, a cuál más excesiva y/o inverosímil, desde el tiroteo terrorista en Oriente Medio con el que se abre la acción hasta los cuerpos levitando del desenlace, uno de los más explosivos de la historia del cine.
Y como el suspense no está reñido con el humor, son varios los momentos en los que John Farris, autor del guion así como de la novela en la que éste está basado, se permite incluir alguna que otra pincelada cómica: caso de la hilarante escena en casa de los Nuckells o de aquel par de porteros que se dedican a jugar con los walkies-talkies para desesperación de los agentes secretos, que ven cómo les ocupan la frecuencia.
Poseedores de unas facultades parapsicológicas fuera de lo común, los jóvenes Robin (Andrew Stevens) y después Gillian (Amy Irving) padecerán el acoso de los servicios secretos estadounidenses, empeñados en domesticar tan insólito don con el objetivo de servirse de él en beneficio propio. Algo a lo que no está dispuesto el ex agente de la CIA Peter (Kirk Douglas), quien removerá Roma con Santiago con tal de dilucidar quiénes estuvieron detrás del secuestro de su hijo.
Telequinesia, telepatía, videncia... Conceptos, todos ellos, vinculados al poder de la mente y que el cineasta combina con la precisión de un ballet cuyas coreografías se sirven del lenguaje de los sueños. De ahí el rechazo que en muchos espectadores provoca ese particular ir y venir de situaciones extremas, a cuál más excesiva y/o inverosímil, desde el tiroteo terrorista en Oriente Medio con el que se abre la acción hasta los cuerpos levitando del desenlace, uno de los más explosivos de la historia del cine.
Pensé que la había visto pero no, porque busqué el trailer y no me acuerdo nada... ¿es una película que recomendarías?
ResponderEliminarUn beso.
¡Uf! ¡Qué pregunta! Pues depende de si te van o no las emociones fuertes. Si eres muy aprensiva o sensible, mejor no la veas.
EliminarBesos
Es excesiva y más bien inverosímil, como ya dices. Pero es bastante entretenida, si mal no recuerdo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí, sí: a mí, personalmente, me encanta. Con esa banda sonora de John Williams que suena como si fuese Bernard Herrmann.
EliminarUn abrazo.