Director: Luis Saslavsky
España/Francia, 1951, 102 minutos
La corona negra (1951) de Luis Saslavsky |
La siempre visionaria fantasía de Jean Cocteau concibió esta historia de olvidos y traiciones situada en un Tánger tan irreal como extravagante. Aunque lo verdaderamente atractivo de La corona negra no es sólo el barroquismo de su estructura construida a base de flashbacks, que también, sino, sobre todo, un reparto internacional en el que sobresalían los nombres de María Félix, Rossano Brazzi y Vittorio Gassmann, dirigidos por Luis Saslavsky. Es decir, un francés, un argentino, dos italianos y una mejicana rodando una película española en el norte de África: forzosamente, el resultado final estaba predestinado a ser, como mínimo, interesante.
Y a buen seguro que así fue, teniendo en cuenta la mezcla de exotismo y film noir en una cinta que arranca entre las dunas del desierto en pleno temporal con la figura errática de una bella mujer, perdida y amnésica, a la que intenta retener un bosque de brazos que brotan de la arena. La imagen, de una fuerza poética incontestable, marcará con su onirismo el resto de la trama hasta adentrarnos en una confusa red de recuerdos de la que Mara (María Félix) irá progresivamente recuperando las piezas de un rompecabezas cuya solución es una bandada de buitres...
Ciertamente, el hieratismo de la Doña no fue nunca su mejor potencial como actriz, aunque aquí, aquejada de alucinaciones mientras no recobra la memoria, dicha solemnidad le viene que ni pintada a su personaje de viuda fatal. Y tan fatal, ya que, de un modo u otro, todos los hombres que se cruzan en su camino saldrán malparados.
Es por eso, por lo del mal fario y demás supersticiones, que no falta en esta historia quien eche las cartas o sepa leer el porvenir en las arenas del desierto. Detalles que anuncian la fatalidad que se cierne sobre los implicados casi tanto como algunos símbolos sobre los que la cámara se detiene insistentemente: unas tijeras, un espejo roto, un ataúd en cuyo interior reposan las codiciadas joyas que el difunto señor Russel se llevará consigo a la tumba...
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