Director: José Luis Borau
España, 1997, 100 minutos
Niño nadie (1997) de José Luis Borau |
Si la lógica decide
de la verdad y el error,
niño cierto, niño falso,
blanco de contradicción.
Nazca el niño negativo,
nadie, nunca, nada, no.
Si entre la carne y el verbo
imposible fue el amor,
niño nadie, niño nunca,
niño nada, niño no.
"Villancico" (1972)
Rafael Sánchez Ferlosio
«Una película a lo Bergman, pero en clave carpetovetónica». Hombre: escuchando esta peculiar definición que el propio José Luis Borau soltó en el momento del estreno de Niño nadie, se le ocurre a uno aquella frase de Baroja (absolutamente espuria, por otra parte) al enterarse de la existencia de una publicación periódica llamada El Pensamiento Navarro: «¿Pensamiento y Navarro? ¡Imposible!» Porque una cosa es que Evelio, el protagonista al que da vida Rafael Álvarez "El Brujo", exprese sus dudas existenciales con mayor o menor fortuna y otro muy distinto cantar es que este confuso gatuperio tenga algo que ver con la profundidad alcanzada por el cineasta sueco en cualquiera de los títulos de su extensa filmografía.
Se lamentaba Borau, por otra parte, de la indiferencia absoluta con que fue acogido un filme que, además, terminaría siendo el penúltimo de su carrera (cerrada, definitivamente, tres años más tarde con Leo). De lo cual se deduce, volviendo a la apócrifa anécdota barojiana a la que antes aludíamos, que este tipo de disquisiciones metafísicas nunca fueron muy del gusto del público por estos pagos.
"¡Me ha convencido!" |
En fin: incomprendida o no, convergen en Niño nadie diversas referencias literarias y filosóficas, algunas confesas y otras veladas. De entre las primeras, la más destacable es La vida es sueño de Calderón, a cuyos ensayos incluso asisten los personajes justo en el momento en el que Irene (Paca Gabaldón) recita el célebre monólogo de Segismundo. Menos evidente, pero igualmente perceptible, es el eco de la incertidumbre unamuniana en la relación que entablan Evelio y su mentor don Dámaso de Blas (Josep Castillo) y que tanto recuerda a la establecida entre Augusto Pérez y el mismísimo Unamuno en la nivola Niebla. De hecho, hay algunos diálogos, como el que a continuación reproducimos, que parecen extraídos de dicha obra:
EVELIO: No estoy preparado, ya lo sabe. ¡Soy un don nadie!
DÁMASO: Nunca mejor dicho, además.
EVELIO: Hombre: que lo diga yo, la verdad, vale; pero que lo diga usted…
DÁMASO: No hay razón para molestarse. Es usted un don nadie como cualquier hijo de vecino. Ellos, yo, usted: todos somos don nadies. ¿Por qué íbamos a ser rancho aparte? Si el tiempo y la distancia no existen, según ha demostrado Einstein, ¿por qué íbamos a existir nosotros? Somos una entelequia, una ficción, y hemos de actuar en consonancia. Al menos, de momento.
Lo demás no deja de ser una enmarañada amalgama de temas y situaciones de toda índole y de muy dudoso interés, desde sectas los miembros de las cuales se desnudan para celebrar sus reuniones secretas hasta trenecitos eléctricos tirados por una locomotora de oro, pasando por un equipo de fútbol juvenil en cuyos vestuarios se instalarán Evelio y Asun (Icíar Bollaín). Lo dicho: infumable.
"Hola, Niño Nadie" |
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