Director: Carl Theodor Dreyer
Dinamarca, 1964, 116 minutos
Gertrud (1964) de Carl Theodor Dreyer |
El año que está a punto de llegar se conmemorará, entre otras muchas efemérides, el medio siglo de la desaparición de uno de los realizadores más relevantes de todos los tiempos: el danés Carl Theodor Dreyer (1889–1968), quien, ligado, inevitablemente, a sus trabajos de la etapa muda, tras la llegada del sonoro aún tuvo ocasión de dirigir obras maestras como Dies Irae (1943) u Ordet (1955).
Sin embargo, para 1964, fecha de su canto del cisne, se puede decir que la época de esplendor de un cineasta de las características de Dreyer ya había finalizado. Efectivamente, ello se percibe muy a las claras en Gertrud, adaptación de la obra teatral homónima del dramaturgo de origen sueco Hjalmar Söderberg (1869–1941). Pese a ser premiada en Venecia, la película adolece de un planteamiento que denota el origen escénico del texto en el que se basa, con una contención por parte de los intérpretes rayana en el estilo zen de autores orientales como Ozu. Lo cual, en principio, no es nada malo, por supuesto, aunque sí que remite a un modo de hacer cine opuesto a las innovaciones que en ese mismo momento llegaban, sobre todo, desde Francia.
De todos modos, hay que conceder que ese ambiente caduco y algo decadente le iba de perlas a la historia de una mujer fuerte, dispuesta a separarse de su marido y, más tarde, de su amante a principios del siglo XX. Una parábola sobre la incomunicación, de largos silencios, miradas perdidas en lontananza y personajes que no llegan a mirarse a la cara, a veces ni a tocarse, marcando distancias hasta cuando comparten asiento en el sofá.
Es Gertrud también, por último, una compleja reflexión sobre la soledad, filmada con elegancia extrema y un tempo musical con cadencias de Schumann. Sus personajes tienen algo etéreo, pues más que moverse parece que floten, como salidos de un sueño enigmático, un poco al estilo, salvando las distancias, de lo que planteaba Hitchcock en Vértigo (1958). Huyendo de una puesta en escena naturalista, Dreyer estiliza los movimientos de cámara e ilumina los planos con un valor claramente expresivo, llegando a saturar de luz las secuencias que nos remiten a algún flashback. Todo lo cual contribuye a generar, conforme avance la acción, una cierta atmósfera de desasosiego, premonitoria del fin de sus propios días y con la que el director cerraba un capítulo excelso de la historia del cine. ¿Lo cerraba? ¿O tomaría el relevo Antonioni...?
Nina Pens Rode (Gertrud) y Baard Owe (Erland), fallecido el pasado mes de noviembre |
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