jueves, 1 de septiembre de 2016

La casa de Bernarda Alba (1987)




Director: Mario Camus
España, 1987, 99 minutos

Drama de mujeres en los pueblos de España


La casa de Bernarda Alba (1987)


BERNARDA: Pues busca otro, que te hará falta. En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordaros el ajuar. En el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar sábanas y embozos. Magdalena puede bordarlas.
MAGDALENA: Lo mismo me da.
ADELA: (Agria) Si no queréis bordarlas irán sin bordados. Así las tuyas lucirán más.
MAGDALENA: Ni las mías ni las vuestras. Sé que yo no me voy a casar. Prefiero llevar sacos al molino. Todo menos estar sentada días y días dentro de esta sala oscura.
BERNARDA: Eso tiene ser mujer
MAGDALENA: Malditas sean las mujeres.
BERNARDA: Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir con el cuento a tu padre. Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón. Eso tiene la gente que nace con posibles.

La casa de Bernarda Alba
Acto I
Federico García Lorca

La importancia universal que ha adquirido la figura de Federico García Lorca ha hecho que sus textos sean objeto de frecuentes adaptaciones cinematográficas. Como esta versión de su última obra dramática, La casa de Bernarda Alba, que dirigiera Mario Camus en 1987. Visualmente, se trata de un filme oscuro, no sólo por el luto impuesto por Bernarda a sus cinco hijas, sino sobre todo por la dirección de fotografía de Fernando Arribas, que pretende recrear el ambiente de enclaustramiento que se respira en aquella casa.

Irene Gutiérrez Caba fue, sin lugar a dudas, una buena elección para el papel principal: seca, austera y castradora, supo meterse en la piel de la estricta viuda. En cambio, no puede decirse lo mismo de Ana Belén en su rol de Adela, y no tanto por sus dotes interpretativas, siempre excelentes, sino porque uno no puede dejar de ver en ella a la cantante glamurosa. Cuánto hubiera ganado una pieza de este tipo en manos de un, por ejemplo, Pier Paolo Pasolini, artista al que tantos paralelismos unieron con Lorca. Un Pasolini que, como en el caso del Evangelio según Mateo, habría utilizado actrices no profesionales. Tal vez su propia madre hubiese sido una excelente Poncia, aunque no hay que desmerecer a Florinda Chico.



Especular es gratis, por supuesto, pero con ello queremos dar a entender que los personajes de este drama entroncan profundamente con una tradición que va más allá del tópico flamenco: hay en estas mujeres mucho de matronas romanas, de vestales virginales a las que se intenta preservar por todos los medios de la zafiedad del mundo y de los hombres.

Y, sin embargo, tantas precauciones resultarán a la postre contraproducentes, puesto que la represión debe acabar reventando por alguna parte: ni las recluidas logran sustraerse al impulso vital de su juventud ni Pepe el Romano al de la tentación, en un juego de atracción hacia lo vedado que dejan entrever las palabras de Martirio (Vicky Peña):

Es preferible no ver a un hombre nunca. Desde niña les tuve miedo. Los veía en el corral uncir los bueyes y levantar los costales de trigo entre voces y zapatazos, y siempre tuve miedo de crecer por temor de encontrarme de pronto abrazada por ellos. Dios me ha hecho débil y fea y los ha apartado definitivamente de mí. 

Por último, cabe destacar que Ronda, Antequera y Zahara de la Sierra fueron las localidades andaluzas elegidas para rodar los exteriores de una producción en la que se supo respetar la esencia del texto sin incurrir en una teatralidad excesiva.



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