sábado, 24 de septiembre de 2016

Hay un camino a la derecha (1953)




Director: Francisco Rovira Beleta
España, 1953, 81 minutos

Hay un camino a la derecha (1953)


¿Qué tendrá Rovira Beleta que las entradas a propósito de sus películas son de las más consultadas en Cinefília Sant Miquel? Desde que comenzamos este blog a finales de enero de 2015, raro es el día, rara es la semana, que no recibimos alguna visita interesándose por El expreso de Andalucía, La espada negra, Altas variedades, La larga agonía de los peces fuera del agua o tantos otros títulos de su filmografía que hemos ido comentando a lo largo de más de año y medio.

La respuesta quizá haya que buscarla en una mezcla de elegancia y sencillez, valga la paradoja: la sencillez de centrar su interés en personajes de extracción popular, de rodar en las calles de Barcelona; la elegancia de un director que supo darle a sus trabajos, pese a la modestia de la producción, un toque que poco o nada tenía que envidiar al cine de Hollywood.

En todo caso, en Hay un camino a la derecha se cumple buena parte de estas premisas. La Barcelona que nos presenta es una Barcelona grasienta, obrera y humilde: la del puerto y el Raval (cuando al Raval se le llamaba Barrio Chino). Al protagonista, Miguel, lo interpreta el otro Rabal (éste escrito con b de Barcelona, nunca mejor dicho). Un Paco Rabal de rostro casi adolescente (contaba, a la sazón, 27 años) que ganaría en San Sebastián el premio a mejor actor, al igual que su compañera de reparto Julia Martínez (entonces Julita), la abnegada Inés que se afana en subsanar con su ternura y empeño de madre de familia los arrebatos del impetuoso marido.

Porque de eso trata precisamente Hay un camino a la derecha: de las segundas oportunidades que da la vida, a pesar de sus sinsabores. Claro que ello va a costa de hacer apología de la familia ("el estrecho círculo en que está encerrada la felicidad", la llama la voz en off) en el más estricto sentido cristiano: la película se abre y se cierra con una imagen de la Sagrada Familia (no la de Gaudí, se entiende, sino la bíblica) que el matrimonio tiene colgada en su cuarto. De lo que también se desprende una más que discutible moralina conformista, expuesta de nuevo a través de la innecesaria voz en off que enmarca el relato: "La mayoría de los seres giran sometidos a su destino, conformes con el papel que les ha correspondido desempeñar. Hay otros, en cambio, que se rebelan contra su suerte a ciegas, inútilmente, porque ignoran a qué distancia de sus pesares está la dicha; porque no saben que la vida puede empezar de nuevo cuando creemos que ya todo ha terminado".

Es fácil adivinar que una estructura tan peculiar, empezando por el final para dar paso a un largo flashback, así como un mensaje de lo más acomodadizo, son el peaje que había que pagar para lograr a toda costa un final "feliz" que hiciese más tolerable la tragedia del niño Víctor (Manuel García Colás), así como la clave que lograse aunar en un mismo filme lo policíaco con el melodrama.


Rovira Beleta no cejó en el empeño hasta dar con el marco ideal:
detalle de las escaleras del inmueble donde viven Miguel e Inés

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