Director: Bertrand Tavernier
Francia, 1989, 135 minutos
La vida y nada más (1989) de Bertrand Tavernier |
Si en Un dimanche à la campagne el color predominante era el ocre, la textura de las imágenes en La vie et rien d'autre se caracteriza por la omnipresencia del gris azulado. Ya desde el plano inicial, con la inmensidad del océano inundando la pantalla, y más adelante al filmar las ruinas que ha dejado a su paso la Primera Guerra mundial, se vuelve a hacer evidente la pericia de Bruno de Keyzer como director de fotografía.
Escrita en colaboración con Jean Cosmos, La vida y nada más declara ya desde su título que no pretende ser una película sobre la muerte. Y la aclaración es pertinente habida cuenta de que sus protagonistas van en busca de cadáveres: el comandante Delaplane (Philippe Noiret) como encargado de inventariar los soldados desaparecidos durante la contienda; Irène de Courtil (Sabine Azéma) y Alice (Pascale Vignal) porque intentan localizar el cuerpo de sus respectivas parejas. Hasta el pobre Perrin (François Perrot) deberá buscar el cuerpo sin vida de algún combatiente anónimo para enterrarlo como Soldado desconocido bajo el Arco de triunfo parisino.
Estos son, a grandes rasgos, los personajes principales de una historia en la que muy a menudo sus destinos se van a ir cruzando: tanto a los unos como a los otros la vida les quitó muchas cosas a las que ahora se aferran, como en el caso de esos familiares de víctimas que revuelven y hurgan entre los objetos que pertenecieron a sus seres queridos: un anillo, una taza...
Son todos ellos muy distintos entre sí: la aristocrática Irène viajando a todas partes en su lujoso automóvil con chófer, por ejemplo, contrasta poderosamente con la humilde Alice, apenas una criada, aunque ambas (sin saberlo) resultará que andan buscando lo mismo... De modo que, y esa es la moraleja, al final lo único que queda tras tantas penurias es "la vida y nada más".
Estos son, a grandes rasgos, los personajes principales de una historia en la que muy a menudo sus destinos se van a ir cruzando: tanto a los unos como a los otros la vida les quitó muchas cosas a las que ahora se aferran, como en el caso de esos familiares de víctimas que revuelven y hurgan entre los objetos que pertenecieron a sus seres queridos: un anillo, una taza...
Son todos ellos muy distintos entre sí: la aristocrática Irène viajando a todas partes en su lujoso automóvil con chófer, por ejemplo, contrasta poderosamente con la humilde Alice, apenas una criada, aunque ambas (sin saberlo) resultará que andan buscando lo mismo... De modo que, y esa es la moraleja, al final lo único que queda tras tantas penurias es "la vida y nada más".
Irène (Sabine Azéma) y Delaplane (Philippe Noiret) |
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