Título original: L'appât
Director: Bertrand Tavernier
Francia, 1995, 115 minutos
La carnaza (1995) de Bertrand Tavernier |
El
sueño de viajar a Estados Unidos para hacer allí fortuna montando una cadena de
tiendas de ropa tiene un precio: diez millones de francos. Con la finalidad de
reunirlos y ver cumplido su proyecto, Nathalie (Marie Gillain), Éric (Olivier
Sitruk) y Bruno (Bruno Putzulu) urden un terrible plan de condiciones
imprevisibles.
Basada
en un caso real que fue juzgado en 1988, L’appât es la adaptación del libro
homónimo que publicara Morgan Sportès un par de años más tarde, suerte de A
sangre fría a la francesa pero que, a diferencia de la novela de Capote (cuya
acción transcurre en un pueblo de la América profunda), otorga el protagonismo
a unos jóvenes de la burguesía parisina que se mueven en los locales más
selectos de la vida nocturna.
Aunque
lo más sorprendente no es tanto lo cruel de las torturas que Éric y Bruno (siempre
en connivencia con Nathalie, el irresistible cebo o carnaza al que alude el
título) son capaces de infligir a sus víctimas con tal de obtener un botín
irrisorio. Lo que verdaderamente impacta es la total ausencia de remordimientos
que se deduce de su conducta: más que de inmoral, cabría calificarla de amoral.
Recuerda un poco a lo que años más tarde haría François Ozon con la
protagonista de Joven y bonita (2013), aquella muchacha de buena familia que
decide caprichosamente ejercer la prostitución de lujo con el exclusivo
propósito de llenar un vacío vital.
Nathalie (Marie Gillain) es consolada por Éric (Olivier Sitruk) |
Sin
embargo, el trío de adolescentes de La carnaza es bastante chapucero en la
ejecución de cada uno de sus golpes y es cuestión de tiempo que el 36 del quai
des Orfèvres les eche el guante. Poco importa, aun así, ya que cuando se les
llame a declarar demostrarán con su testimonio que para ellos lo sucedido ha
sido poco más que un sencillo juego, apenas un trámite que debe ser superado antes de alcanzar su
tan codiciada meta. De ahí que cuando el inspector jefe (Philippe Torreton) le tienda a Nathalie su bolígrafo para que esta firme la declaración tras el interrogatorio al que ha sido sometida, la muchacha exclame: "¡Oh, es un Dupont!" He ahí lo único que parece llamarle la atención en ese momento y no las severas sanciones a las que presumiblemente ella y sus amigos se habrán de enfrentar.
A decir verdad, lo realmente complejo acontece en el seno del grupo que integran los tres, marcado
por las relaciones de dominancia y sumisión que entre ellos se establecen. En ese sentido, Éric
no sólo tiene subyugado a Bruno, a quien encarga la tarea sucia de rematar a
las víctimas, sino que además acabará maltratando físicamente a Nathalie (de la
que es pareja), unas veces por celos y otras por culparla del fracaso de sus
planes.
Instantánea de los auténticos inculpados, en cuyo caso se inspira el filme |
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