Título original: Retour à l'aube
Director: Henri Decoin
Francia, 1938, 90 minutos
Hoy en día puede parecer del todo inverosímil, pero hubo una época en la que una película como Retour à l'aube tenía su morbo. Eso de que una mujer recién casada se viese sola en una gran capital durante una noche y dándose la gran vida no podía sino excitar los ánimos de un público cuyas anodinas vidas necesitaban el estímulo de historias provocadoras.
Los tiempos han cambiado, cierto, pero para entender en su justa medida el juego que el director Henri Decoin proponía en Condesa por una noche se hace del todo necesario situarse en un periodo en el que el papel de la mujer solía quedar relegado estrictamente al ámbito familiar. Por otra parte, el hecho de que la acción se sitúe en Hungría añadía un elemento exótico, como lo demuestra la ceremonia nupcial inicial con sus trajes típicos y esos bailes folclóricos tan llamativos.
Los trenes tienen también una presencia notoria en la película: los vemos entrar en el encuadre por la derecha, por la izquierda, en vertical, en horizontal, en diagonal, de arriba a abajo... Y eso cuando el vapor de la locomotora no es utilizado para inundar de blanco la pantalla y facilitar así la transición entre escenas. En fin, queda claro su valor simbólico: es el elemento que lleva el progreso hasta la tranquila localidad de Thaya y el medio de transporte que propiciará que la cándida y aburrida Anita Ammer (Danielle Darrieux, a la sazón esposa de Decoin) pueda echar una cana al aire.
En Budapest, y gracias a la inesperada herencia de ocho mil francos que recibe de su difunta tía, Anita conocerá también el lujo y la vida mundana, sin duda otra de las fantasías recurrentes para el público de aquel entonces. Pero para que la joven quedase redimida a ojos de los espectadores se la muestra en todo momento como bajo los efectos de la hipnosis: se diría que la pobre Anita no es consciente de lo que hace o, incluso, que debido a un fuerte sentimiento de culpabilidad padece una aparente enajenación mental transitoria. Sea como fuere, el hecho de que su marido, en la patética escena final, prefiera no saber nada sobre lo ocurrido y casi la obligue a decir que todo ha sido un sueño abundaría en esta interpretación.
Aparte de la bella Danielle Darrieux (bella entonces y ahora, con casi cien años), completaron el reparto Pierre Mingand (el petulante Osten), Pierre Dux (el tedioso marido Karl Ammer), Raymond Cordy (el ingenuo Pali) y Jacques Dumesnil (el seductor ladrón de guante blanco Dick Farmer).
Los tiempos han cambiado, cierto, pero para entender en su justa medida el juego que el director Henri Decoin proponía en Condesa por una noche se hace del todo necesario situarse en un periodo en el que el papel de la mujer solía quedar relegado estrictamente al ámbito familiar. Por otra parte, el hecho de que la acción se sitúe en Hungría añadía un elemento exótico, como lo demuestra la ceremonia nupcial inicial con sus trajes típicos y esos bailes folclóricos tan llamativos.
Los trenes tienen también una presencia notoria en la película: los vemos entrar en el encuadre por la derecha, por la izquierda, en vertical, en horizontal, en diagonal, de arriba a abajo... Y eso cuando el vapor de la locomotora no es utilizado para inundar de blanco la pantalla y facilitar así la transición entre escenas. En fin, queda claro su valor simbólico: es el elemento que lleva el progreso hasta la tranquila localidad de Thaya y el medio de transporte que propiciará que la cándida y aburrida Anita Ammer (Danielle Darrieux, a la sazón esposa de Decoin) pueda echar una cana al aire.
En Budapest, y gracias a la inesperada herencia de ocho mil francos que recibe de su difunta tía, Anita conocerá también el lujo y la vida mundana, sin duda otra de las fantasías recurrentes para el público de aquel entonces. Pero para que la joven quedase redimida a ojos de los espectadores se la muestra en todo momento como bajo los efectos de la hipnosis: se diría que la pobre Anita no es consciente de lo que hace o, incluso, que debido a un fuerte sentimiento de culpabilidad padece una aparente enajenación mental transitoria. Sea como fuere, el hecho de que su marido, en la patética escena final, prefiera no saber nada sobre lo ocurrido y casi la obligue a decir que todo ha sido un sueño abundaría en esta interpretación.
Aparte de la bella Danielle Darrieux (bella entonces y ahora, con casi cien años), completaron el reparto Pierre Mingand (el petulante Osten), Pierre Dux (el tedioso marido Karl Ammer), Raymond Cordy (el ingenuo Pali) y Jacques Dumesnil (el seductor ladrón de guante blanco Dick Farmer).
Anita (Danielle Darrieux) probando el monóculo de Osten (Pierre Mingand) |
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