Francia/EE.UU., 2002, 61 minutos
ἐπάμεροι: τί δέ τις; τί δ᾽οὔ τις; σκιᾶς ὄναρ ἄνθρωπος ...
Píndaro, Píticas, VIII, 95-97
El portentoso monólogo que interpreta la actriz Catherine Samie en La dernière lettre impresiona aún más si se tiene en cuenta que se trata de la carta, incluida en el capítulo dieciocho de Vida y destino de Vasili Grossman, que una madre envía a su hijo desde un gueto de Ucrania poco antes de morir a manos de los nazis.
Sin embargo, la fuerza del filme de Wiseman reposa no solamente en la emotividad de las palabras de Anna Semyonovna sino sobre todo en el juego de sombras que la rodea. Aunque no se trata de siluetas deformes al estilo expresionista: la cosa va mucho más lejos. Consciente o intuitivamente, en La dernière lettre hay claras referencias a la tradición clásica. De entrada porque su protagonista es una mujer fuerte al estilo de Antígona, Fedra o cualquier heroína de tragedia griega. Pero es que, además, las sombras como concepto ligado a la insignificancia del mundo y del ser humano están muy presentes tanto en la filosofía como en el pensamiento helénicos. Ya en el mito de la caverna, Platón se servía del valor alegórico de las mismas para demostrar que el hombre está condenado a tomar únicamente por ciertas todas y cada una de las sombras proyectadas ante él, cosa que le impide conocer lo que en realidad acontece a sus espaldas. También el poeta Píndaro ahondó en la misma idea en las odas Píticas al reflexionar sobre la fugacidad de la vida: "Criaturas de un día: ¿Qué es cada uno? ¿Qué no es? El hombre es el sueño de una sombra..."
De modo que, volviendo al soliloquio filmado por Wiseman, la angustia de Anna es la típica de quien toma conciencia de su propia finitud, de quien sabe a ciencia cierta que nunca más volverá a ver a los suyos y que, por tanto, ha llegado la hora de las confesiones, de sincerarse con una misma y con el hijo al que pide perdón. Los recuerdos de esta mujer, las personas a las que conoció y amó, incluso ella misma se convertirán en breve "en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada..." Y no sólo lo dijo Góngora en un célebre soneto: también Calderón de la Barca incluyó en el auto sacramental de La vida es sueño a la Sombra como personaje (el mismo que García Lorca solía interpretar con La Barraca).
Queda claro que dan mucho de sí las sombras. Tanto como el rostro de Catherine Samie, capaz de llenar la pantalla de un modo similar al de Maria Falconetti en La pasión de Juana de Arco de Dreyer. Un semblante curtido por arrugas y lágrimas en el que empieza a dibujarse la mueca irónica y triste, el gesto patético, ineludible, que anuncia el viaje definitivo.
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