Director: Ladislao Vajda
España, 1952, 79 minutos
¡La juventud triunfa!
Un director húngaro (Ladislao Vajda), una actriz argentina (Mirtha Legrand) y un galán mejicano de origen puertoriqueño (Armando Calvo) al frente de la adaptación cinematográfica de una zarzuela genuinamente española. Filmada en delicioso Cinefotocolor, esta versión de Doña Francisquita destaca por la exquisitez de la fotografía de Antonio L. Ballesteros, que recuerda, por la textura de su plasticidad, a la pintura decimonónica. Igualmente notables son los decorados de Sigfrido Burmann, así como el elegante vestuario diseñado para la ocasión por Emilio Burgos y confeccionado en los talleres de Cornejo. Producida bajo la cuidadosa égida de Benito Perojo, hasta el más mínimo detalle en esta película destaca por su delicadeza.
Y, sin embargo, la versión que se lleva a cabo a partir del libreto y partitura originales de Amadeu Vives, Fernández-Shaw y Romero Sarachaga (quienes, a su vez, se habían inspirado en La discreta enamorada de Lope de Vega) es del todo libérrima. En realidad, los protagonistas de esta historia son perfectamente conscientes de que sus destinos corren paralelos a los de los personajes de la zarzuela y, de hecho, las alusiones a la misma serán constantes a lo largo del filme. Así las cosas, se acaba dando lugar a un curioso anacronismo, toda vez que la obra musical se estrenó en 1923, con lo cual es absolutamente inverosímil que pudiera ser conocida en pleno siglo XIX...
Aparte de los ya mencionados Legrand (Francisquita) y Calvo (Fernando), vale la pena destacar a los secundarios del elenco: Antonio Casal (el leal Cardona), Manolo Morán (sufrido agente de la irascible Aurora, una Emma Penella más bella que nunca en su papel de diva) o la oronda Julia Lajos como madre de la protagonista y propietaria de la pastelería "El buen gusto", cuyo crédulo empleado en interpretado por Antonio Riquelme. Aunque el más entrañable de todos es, sin lugar a dudas, Pepe Isbert encarnando al maestro de canto Lambertini. Hombre: no es que sea Fortunio Bonanova en Ciudadano Kane, pero aun así cumple su cometido con innegable efectividad.
De todos modos, la impresión de conjunto que queda tras el visionado de Doña Francisquita resulta igualmente impecable, cercana en algunos casos a los musicales americanos de los cincuenta o incluso (en el caso de las escenas carnavalescas) a los de Michael Powell y Emeric Pressburger, como lo atestigua la nominación que recibió la labor de Vajda en la edición del Festival de Cannes de 1953.
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