Director: Fernando Fernán Gómez
España, 1960, 85 minutos
Sólo para hombres (1960) de Fernán-Gómez |
El 9 de abril de 1955 se estrenaba con notable éxito de público y crítica, en el Teatro Infanta Isabel de Madrid, la comedia en tres actos de Miguel Mihura ¡Sublime decisión! Apenas transcurrido un lustro, Fernando Fernán Gómez dirigiría una divertida adaptación cinematográfica de la misma bajo el título de Sólo para hombres y protagonizada por la que en aquel entonces era su pareja artística y sentimental: la argentina Analía Gadé.
Tiene todo el filme un aire general de farsa, casi de astracanada a lo Muñoz Seca, dado el carácter caricaturesco de sus personajes: desde la pizpireta Florita Sandoval hasta los indolentes funcionarios del Ministerio de Fomento, pasando por la esperpéntica familia de la muchacha (ávida de casarla con un buen partido a toda costa).
Al situarse la acción en el Madrid de 1895, se aprovecha también para ridiculizar los usos y costumbres de la capital, sobre todo los de la pequeña burguesía, la convulsa actividad parlamentaria de la clase política y, de un modo especialmente sangrante, la ineficaz burocracia del Estado. En este último caso destaca el personaje de Justo Hernández de la Berquera (genialmente interpretado por Erasmo Pascual): ese empleado público comodón y cascarrabias que ve amenazado su holgadamente confortable estilo de vida con la irrupción en sus dominios de la eficiente Flora. No deja de ser esta la España de los cesantes, la misma que lloró Larra en sus artículos, aquella que consideraba como algo escandaloso y subversivo la incorporación de la mujer al mundo laboral.
En lo que posee de recreación histórica del Madrid castizo de organillos y chulapas, Sólo para hombres recuerda un poco a las películas de Edgar Neville, quien justo un mes después del estreno de esta cinta ponía punto y final a su filmografía con Mi calle. La diferencia, sin embargo, entre ambos realizadores estriba en el hecho de que Fernán Gómez se encuentra ideológicamente en las antípodas de Neville. Por eso se aprovecha de la sátira para, a través de lo disparatado de los diálogos, denunciar unos males endémicos que, ayer como hoy, afectan al desarrollo de la sociedad española.
Es por ello que el actor y cineasta se reserva para sí mismo el papel de maestro de ceremonias: tras unos breves títulos de crédito que arrancan con la música del maestro García Abril de fondo y una ilustración en la que se caricaturiza a la clase política despellejando encarnizadamente a Juan Pueblo, aparece Pablo Meléndez descubriéndose la testa y mirando a cámara para presentarse y darse a conocer a los espectadores: "Estamos en el Madrid de nuestros abuelos. Mejor dicho: de los abuelos de ustedes. Puesto que yo soy un muchacho de entonces. Un muchacho normal, sin ninguna característica notable y puede que algún nieto mío esté sentado ahí en la sala. En mis tiempos, ya saben ustedes que no había cine [...] Para divertirnos teníamos el Parlamento. La política era muy inestable."
Este mismo Meléndez será, por lo demás, pretendiente de Flora y uno de los que pierdan el norte en la oficina cuando la joven ingrese en su plantel; pieza clave del engranaje masculino que viene a corroborar cómo lo que en un principio parecía alegato feminista se acaba desinflando hasta desembocar en un desenlace más bien convencional.
Tiene todo el filme un aire general de farsa, casi de astracanada a lo Muñoz Seca, dado el carácter caricaturesco de sus personajes: desde la pizpireta Florita Sandoval hasta los indolentes funcionarios del Ministerio de Fomento, pasando por la esperpéntica familia de la muchacha (ávida de casarla con un buen partido a toda costa).
Al situarse la acción en el Madrid de 1895, se aprovecha también para ridiculizar los usos y costumbres de la capital, sobre todo los de la pequeña burguesía, la convulsa actividad parlamentaria de la clase política y, de un modo especialmente sangrante, la ineficaz burocracia del Estado. En este último caso destaca el personaje de Justo Hernández de la Berquera (genialmente interpretado por Erasmo Pascual): ese empleado público comodón y cascarrabias que ve amenazado su holgadamente confortable estilo de vida con la irrupción en sus dominios de la eficiente Flora. No deja de ser esta la España de los cesantes, la misma que lloró Larra en sus artículos, aquella que consideraba como algo escandaloso y subversivo la incorporación de la mujer al mundo laboral.
En lo que posee de recreación histórica del Madrid castizo de organillos y chulapas, Sólo para hombres recuerda un poco a las películas de Edgar Neville, quien justo un mes después del estreno de esta cinta ponía punto y final a su filmografía con Mi calle. La diferencia, sin embargo, entre ambos realizadores estriba en el hecho de que Fernán Gómez se encuentra ideológicamente en las antípodas de Neville. Por eso se aprovecha de la sátira para, a través de lo disparatado de los diálogos, denunciar unos males endémicos que, ayer como hoy, afectan al desarrollo de la sociedad española.
Es por ello que el actor y cineasta se reserva para sí mismo el papel de maestro de ceremonias: tras unos breves títulos de crédito que arrancan con la música del maestro García Abril de fondo y una ilustración en la que se caricaturiza a la clase política despellejando encarnizadamente a Juan Pueblo, aparece Pablo Meléndez descubriéndose la testa y mirando a cámara para presentarse y darse a conocer a los espectadores: "Estamos en el Madrid de nuestros abuelos. Mejor dicho: de los abuelos de ustedes. Puesto que yo soy un muchacho de entonces. Un muchacho normal, sin ninguna característica notable y puede que algún nieto mío esté sentado ahí en la sala. En mis tiempos, ya saben ustedes que no había cine [...] Para divertirnos teníamos el Parlamento. La política era muy inestable."
Este mismo Meléndez será, por lo demás, pretendiente de Flora y uno de los que pierdan el norte en la oficina cuando la joven ingrese en su plantel; pieza clave del engranaje masculino que viene a corroborar cómo lo que en un principio parecía alegato feminista se acaba desinflando hasta desembocar en un desenlace más bien convencional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario