Título original: Une femme mariée: Suite de fragments d'un film tourné en 1964
Director: Jean-Luc Godard
Francia, 1964, 95 minutos
Parafraseando a Stefan Zweig...
La mujer casada (1964) de Jean-Luc Godard |
Se mire por donde se mire el cine de Godard es intemporal: ¿quien diría que La mujer casada se rodó hace ya más de medio siglo si su frescura sigue intacta como el primer día? La belleza del cuerpo de Macha Méril, hoy como ayer, sigue conmoviendo a los espectadores que se asoman, una vez más, a las vidas del actor teatral Robert (el malogrado Bernard Noël), Charlotte y Pierre el piloto de aviación (Philippe Leroy). Sus conversaciones, sus anhelos, sus temores... Todo continúa teniendo vigencia, tal vez porque esta es una película sobre las relaciones humanas, algo que difícilmente puede cambiar así como así.
Quizá la diferencia respecto al momento de su estreno es que ya nadie se escandaliza por la naturalidad con la que se tratan temas como el adulterio o la desnudez. En ese sentido, casi podría decirse que el paso del tiempo ha hecho que la película de Godard "gane" en pureza, habida cuenta de los excesos pornográficos que actualmente sacuden nuestras retinas. Une femme mariée se recrea en la hermosura de los cuerpos, pero con una elegancia que es la propia de un esteta. Alguien que, como Godard, sabe pensar en imágenes y, lo que es más importante aún, domina el lenguaje cinematográfico como pocos. De ahí que sea capaz de dotar con un discurso coherente una serie inconexa de situaciones en apariencia superficiales.
Se viene repitiendo estos días hasta la saciedad que Johan Cruyff cambió el fútbol para siempre. Pues algo similar es lo que hizo Godard con el cine. Cierto que sus juegos con la cámara pueden parecer en ocasiones gratuitos (¿por qué esos fotogramas en negativo? ¿Y las entrevistas en estilo documental a los actores/personajes? ¿Y las frases susurradas en off?), pero a base de ir probando logra hallazgos notables, como ese brazo de Charlotte estirado sobre la blancura de la sábana y agarrado por la mano de su amante o la boca del uno acercándose mutuamente a la sien del otro.
También la música está sabiamente utilizada, con la habitual práctica del collage tan propia del cineasta: "Le java et le jazz" (versión del "Three to get ready" de Dave Brubeck que popularizara en Francia Claude Nougaro a principios de los sesenta) o una ráfaga fugaz de "L'amour c'est comme un jour" de Charles Aznavour y que canta Charlotte en clara alusión al carácter efímero de la pasión amorosa.
Las citas (en Godard se puede decir que eso es marca de la casa) son continuas, casi siempre de pasada, pero muy variadas: un dibujo de Jean Cocteau colgado en la pared del apartamento, un retrato de Molière que decora la habitación, una fotografía de Hitchcock (la pareja de amantes celebrarán uno de sus rendez-vous en un cine en el que se proyecta Recuerda), un artículo de revista en el que se alude a Jules et Jim...
Las citas (en Godard se puede decir que eso es marca de la casa) son continuas, casi siempre de pasada, pero muy variadas: un dibujo de Jean Cocteau colgado en la pared del apartamento, un retrato de Molière que decora la habitación, una fotografía de Hitchcock (la pareja de amantes celebrarán uno de sus rendez-vous en un cine en el que se proyecta Recuerda), un artículo de revista en el que se alude a Jules et Jim...
Veinticuatro horas en la vida de una mujer: he ahí el título de una célebre novela de Stefan Zweig (1881–1942) que, como La mujer casada, elegía ese lapso de tiempo para, a modo de disección, analizar una parte que ayudase a comprender un todo. No sabemos qué decidirá finalmente Charlotte, si se decantará por Robert o por Pierre. Tampoco importa demasiado: lo más importante es haber asistido a una porción de su existencia, una de tantas. Porque es en el azaroso devenir de lo cotidiano cuando se toman decisiones que pueden justificar toda una vida.
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