Título original: Looking for Mr. Goodbar
Director: Richard Brooks
EE.UU., 1977, 136 minutos
Diane Keaton (Theresa) y Alan Feinstein (Martin) |
Hace algunos días comentábamos el filme de Barbara Loden Wanda, el cual en cierto modo coincide con Buscando al señor Goodbar (1977) en el hecho de presentar a una mujer que decide adentrarse en ambientes cada vez más sórdidos. La acertada elección de ambos para formar parte del ciclo Mujeres (bastante) perdidas de la Filmoteca de Catalunya se debe a la directora Isabel Coixet, quien subrayaba en el vídeo de presentación previo a la proyección de la segunda de dichas películas el olvido en el que parece haber caído. De hecho, durante mucho tiempo Buscando al señor Goodbar ni siquiera gozó de una difusión fluida en DVD. De todas formas, se comprende que un filme de estas características no haya envejecido del todo bien. Y no sólo por su banda sonora discotequera sino sobre todo por reflejar una sociedad puritana que cultiva aquello tan manido de las virtudes públicas y los vicios privados: hoy en día, en cambio, tal vez se esté más cerca del libertinaje que no de la represión.
En todo caso, la doble vida de Theresa (que no de Verónica) puede poseer algún punto de contacto con la del protagonista de la más reciente Shame (2011), por lo que tiene de adicción patológica compensatoria a todas aquellas actividades con las que pretende llenar su inmenso vacío vital. Vacío que no se acaba de comprender del todo viendo cómo se entrega a sus alumnos sordomudos y la devoción que estos le rinden. Se diría más bien que a Theresa, al margen de la estricta educación que ha recibido y del desengaño amoroso que le supone su relación con Martin (el profesor de literatura interpretado por Alan Feinstein), lo que la empuja hacia el abismo es su gusto por coquetear con los bajos fondos, quizá porque en los bares que frecuenta experimenta la falsa sensación de sentirse más libre.
Y ahí es donde entra en juego el tono moralizante de la historia. Aunque basada en un hecho real, el final de Theresa (uno de los más impactantes que se recuerdan) solo puede ser concebido como castigo a una conducta reprobable. "Quien mal anda mal acaba", parece decirnos Richard Brooks, quizá esperando que el espectador, escarmentando en piel ajena, tome buena nota de lo que no debería hacer.
Mucho más atractiva parece, por último, una forma de narrar en la que se utiliza la elipsis con maestría, enlazando una secuencia con otra mediante un ritmo a menudo frenético. Se aprecia, asimismo, una cierta tendencia a mezclar las ensoñaciones de la protagonista con la realidad, lo cual confiere al conjunto una apariencia por momentos onírica que se acentúa en escenas como la de la supuesta muerte del padre.
Richard Gere (Tony) y Diane Keaton (Theresa) |
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