Título original: A Letter to Three Wives
Director: Joseph L. Mankiewicz
EE.UU., 1949, 103 minutos
Carta a tres esposas (1949) de Joseph L. Mankiewicz |
La zozobra se instalará a partir de ese momento en sus corazones: Rita (Ann Sothern) se preguntará por qué su marido (un apuesto profesor interpretado por Kirk Douglas) se ha puesto el traje azul un sábado por la mañana si no tiene que ir a trabajar; Lora Mae (Linda Darnell) dudará de su experimentado esposo (su antiguo jefe, un rico propietario de tiendas al que da vida Paul Douglas); finalmente, Deborah (Jeanne Crain) recelará de los elogios dedicados por su cónyuge al vestido de otra mujer...
Como no podía ser menos, el filme fue premiado con el Óscar al mejor guion y otro para el mejor director. El desasosiego de las tres protagonistas queda perfectamente retratado mediante los más variados recursos. Por ejemplo, el punto de vista va saltando de una a otra (lo cual volvería a ocurrir, por cierto, en Eva al desnudo), dejándose escuchar sus obsesivos temores al compás de algún ruido repetitivo (el traqueteo del tren, el goteo de un grifo o la brisa en un parque).
Como igualmente original es el hecho de que la tal Addie no llegue a aparecer nunca en pantalla: sólo escucharemos su meliflua voz en off, perteneciente a la actriz Celeste Holm. Se dice, por otra parte, que para conseguir que Linda Darnell pusiera cara de asco al mirar una supuesta fotografía de Addie que posee su marido, lo que había en realidad al otro lado del marco de plata era la foto de Otto Preminger, director del que no guardaba especialmente un grato recuerdo tras actuar a sus órdenes dos años antes en Ambiciosa.
También hay que mencionar el alegato que lleva a cabo el personaje de Kirk Douglas en favor de la educación y contra el contenido idiotizante de la televisión. De hecho, este profesor se destacará como un enamorado de la música de Brahms (y de ahí su comprensible enfado cuando la jefa de su mujer rompa uno de sus preciados discos).
En la misma línea de un Lubitsch, Carta a tres esposas es, por derecho propio, un ejemplo canónico de elegancia en el cine, fino sentido del humor en los diálogos y estructura narrativa perfecta.
La congoja se refleja en el rostro de las tres protagonistas |
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