Título original: Mandariinid
Director: Zaza Urushadze
Estonia/Georgia, 2013, 87 minutos
La historia reciente de Georgia, a pesar de ser un pequeño país del Cáucaso, está plagada de momentos sumamente convulsos. En agosto de 2008, tras su Segunda Guerra con Georgia, Rusia se apresuró a reconocer oficialmente la independencia de Osetia del Sur al igual que la de Abjasia. Así lo hicieron también Nauru, Nicaragua y Venezuela. Aunque dicho reconocimiento carece de momento del apoyo de la ONU y de la OTAN y lo rechazan tanto la Unión Europea como Estados Unidos.
Pero el conflicto viene ya de antiguo. Entre el 14 de agosto de 1992 y el 27 de septiembre de 1993 tendría lugar la guerra de Abjasia, motivada por el anhelo de esta región (de mayoría musulmana) de independizarse del resto de Georgia. Es en este marco histórico en el que el director y guionista Zaza Urushadze sitúa la acción de Mandarinas. Su protagonista es Ivo, un anciano carpintero de origen estonio, que, a diferencia del resto de sus familiares, decide permanecer en Georgia para ayudar a su vecino Margus a recolectar la cosecha de mandarinas. De hecho, es Ivo quien pacientemente le fabrica en su viejo taller las cajas de madera para transportarlas.
Todo parece ir más o menos bien hasta que un día, tras un repentino ataque militar, Ivo socorre a un par de soldados heridos que, milagrosamente, han logrado sobrevivir: un mercenario checheno (Ahmed) y un georgiano (Niko). Los aloja en su propia casa, donde, junto a Margus, cuidará de ellos hasta que se recuperen. En cuanto Ahmed sabe de la existencia de Niko en la habitación contigua jura que acabará con él para así vengar a sus compañeros muertos. Pero Ivo le hace dar su palabra de que, mientras esté bajo su techo, no matará a nadie...
Niko e Ivo tras los cristales de su casa |
Algunos, tal vez condicionados por la óptica mojigata de la Europa del bienestar, piensen que una película como esta parece simplificar el conflicto armado entre georgianos y abjasios hasta convertirlo en una ingenua disyuntiva ética: si hacemos el esfuerzo de convivir con nuestros enemigos dejaremos de verlos como tales. Pero la lógica de los ciudadanos no siempre coincide forzosamente con la de los gobiernos. En palabras del realizador Zaza Urushadze: "Gente sin fronteras, ese es probablemente el leitmotiv de mi película. Diferentes nacionalidades, creencias religiosas que se oponen, enemigos que se convierten en amigos. Personas que gradualmente se van dando cuenta de que no es necesario ser enemigos. Esta película debería mostrar al público que en todo el mundo las personas somos parecidas, que tenemos valores humanos comunes. En las guerras desencadenadas por políticos irresponsables, la gente ordinaria que ama la vida acaba muriendo. La muerte de una persona es la muerte de un mundo único, pero para los políticos tan solo es una cuestión de estadística. Las fronteras dividen a la gente de manera artificial".
Mandarinas, en ese caso, sea quizá un tanto moralizante para poder profundizar en lo absurdo de la guerra, si bien sus protagonistas se las ingenian para conseguir que la evolución en su manera de relacionarse entre ellos conforme pasan los días y se ven forzados a convivir no solo parezca verosímil sino incluso de lo más natural. La casa de Ivo es, por consiguiente, una metáfora de lo que debería ser un estado moderno: un lugar en el que personas de muy distinta condición (a veces, incluso opuesta) aprenden a tolerarse conviviendo pacíficamente.
Cartel promocional de la película |
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