Título original: Quatre nuits d'un rêveur
Director: Robert Bresson
Francia/Italia, 1971, 87 minutos
Cuatro noches de un soñador (1971) |
Caminé durante mucho tiempo, acabando por no conocer las calles que atravesaba, hasta que, de improviso, me encontré en los límites de la ciudad. Los franqueé y atravesé campos y prados, sin reparar en la fatiga; y sentí como si se me quitase un gran peso de encima, aliviando mi alma. Me invadió una intensa alegría. Las gentes con quienes me encontraba me miraban simpáticamente y dijérase que iban a saludarme. Parecían contentos, y fumaban. Yo también era dichoso como nunca; y creía encontrarme en Italia: tan magnífica me parecía la Naturaleza y tanto me maravillaba a mí, pobre habitante de las ahogadas casas de la ciudad.
Fiódor Dostoyevski
Noches blancas (1848)
Traducción de Justo García Melero
Algo debe de tener este relato de Dostoyevski cuando cineastas de la talla de Visconti o Bresson recurrieron a él como fuente de inspiración para sendas películas (ambos, por supuesto, llevándose la historia a su terreno). En el caso del director francés, por ejemplo, lo que llama de inmediato la atención es el típico hieratismo de sus intérpretes o la parquedad en los diálogos, aunque, si bien se mira, ¿para qué son necesarios cuando las imágenes hablan por sí mismas?
Por otra parte, y aparentemente contraviniendo lo que el propio Bresson defiende en sus Notas sobre el cinematógrafo (Gallimard, 1975), donde afirmaba aquello de "Nada de música de acompañamiento, de sostén o de refuerzo. Nada de música en absoluto", son varios los momentos en los que vemos a jóvenes cantando o tocando la guitarra en plena calle. Hasta se incluye la actuación de un conjunto brasileño sobre la cubierta de un turístico bateau mouche que navega por el Sena. Todo ello justificado desde un punto de vista diegético, bien sûr, por lo que no hay tal contradicción con sus postulados.
Al mismo tiempo, tampoco parece que en Quatre nuits d'un rêveur (1971) se desdiga de su proverbial aversión a las adaptaciones cinematográficas basadas en clásicos literarios ("Las ideas extraídas de lecturas serán siempre ideas de libros. Ir directamente a las personas y a los objetos", ibidem). Así pues, el director hace suyo el argumento hasta el extremo de que ni Marthe (Isabelle Weingarten) ni Jacques (Guillaume des Forêts) difieren gran cosa respecto al resto de personajes de una filmografía repleta de seres tan enigmáticos como esta pareja de desconocidos.
Una suicida que a punto está de saltar desde lo alto del Pont Neuf por un desengaño amoroso, un pintor solitario obsesionado con atrapar el instante con la grabadora portátil que siempre lleva consigo... Bresson no necesita de más elementos para perfilar una puesta en escena cuya austeridad, a base de silencios y sosiego, es en sí misma una poderosa arma capaz de anclar la acción en un eterno presente. Lo dejó dicho por escrito y aquí lo volvía a concretar en imágenes una vez más: "Lo verdadero es inimitable, lo falso intransformable".
Es claro que cada autor trata de poner su impronta en las historias que narra, otra cosa es que se consiga un buen producto o no.
ResponderEliminarEn el caso de Bresson, eso está fuera de dudas.
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