Título original: Hustruskolan
Director: Ingmar Bergman
Suecia, 1983, 108 minutos
La escuela de las mujeres (1983) de Ingmar Bergman |
Mon Dieu, notre ami, ne vous tourmentez point ;
Bien huppé qui pourra m’attraper sur ce point.
Je sais les tours rusés, et les subtiles trames,
Dont pour nous en planter savent user les femmes,
Et comme on est dupé par leurs dextérités,
Contre cet accident j’ai pris mes sûretés,
Et celle que j’épouse, a toute l’innocence
Qui peut sauver mon front de maligne influence.
Molière
L’École des femmes
Cuando estrena La escuela de las mujeres, en diciembre de 1662, Molière ha cumplido ya los cuarenta años de edad. Además, acaba de contraer matrimonio con una joven de diecinueve que, cosas de la vida, es la hija de su amante, de modo que el escándalo no se hace esperar. Llevado de estas inquietudes, el comediógrafo compone una pieza teatral en torno a la diferencia de edad de los futuros cónyuges, así como satirizando la actitud paternalista de los hombres respecto a unas esposas supuestamente educadas en la obediencia.
Por varios motivos, cabría pensar que Hustruskolan (1983) se aleja de los postulados del cine de Bergman. Sin embargo, y por más que se trate de la adaptación televisiva de un clásico de la literatura universal, nada más lejos de la realidad. De entrada porque la obra elegida se presta a la perfección a ese tono discursivo tan habitual en la filmografía del cineasta sueco. Pero es que, por otra parte, ¿qué mejor argumento que el de una comedia de enredo en la que hombres y mujeres discuten continuamente? Disputas matrimoniales que abundan, huelga decirlo, en no pocas películas de un director habituado a ahondar en el mundo de la pareja.
Aun siendo fiel al texto original, la adaptación de Lars Forssell (1928–2007), miembro de la Academia Sueca, traslada la acción a principios del siglo XIX, tal y como se deduce del vestuario que lucen los actores. Lo cual debe entenderse como una forma de vincular el mensaje de la pieza teatral con los postulados racionalistas del Neoclasicismo, un poco en la línea de lo que Moratín planteaba en El sí de las niñas (1806).
A pesar del histrionismo del que hacen gala los intérpretes, queda meridianamente clara la intencionalidad de un montaje que subraya la estupidez del viejo Arnolphe (Allan Edwall), así como el derecho de las mujeres a emanciparse de una servidumbre de siglos que las relega al rol de meros seres sumisos a los que se supone exentos de inteligencia.
Leí el título y me dije: debe ser la única película que no he visto de Bergman. Después, he leído tu estupenda reseña y veo que es un telefilme (ya me extrañaba). De Bergman me gusta todo (es como el cerdo o el atún, que se aprovecha todo).
ResponderEliminarSaludos.
Más que un telefilme, vendría a ser un formato similar a lo que aquí fueron los Estudio 1 de RTVE.
EliminarPor otra parte, comparto contigo el entusiasmo hacia un cineasta que, efectivamente, no tiene desperdicio.
Saludos.
Un clásico adaptado por otro clásico.
ResponderEliminarBuena definición.
EliminarHola Juan!
ResponderEliminarPues estaba recitando en voz alta a Molière y es que en mi lejana EGB se daba francés... Otra que me anoto.
Saludos y feliz semana!
Sí, aunque soy algo más joven que tú, yo también estudié francés en la EGB.
EliminarSaludos.