Director: Juan Cavestany
España, 2020, 80 minutos
Un efecto óptico (2020) de Juan Cavestany |
Viendo Un efecto óptico (2020) es fácil que al espectador avezado le vengan de inmediato a la mente referencias como Charlie Kaufman, Wes Anderson o incluso algún que otro cineasta francés de última hornada en la línea del Serge Bozon de Madame Hyde (2017) o el Michel Gondry de La ciencia del sueño (2006). Es decir, autores, en todos los casos, dotados de una especial sensibilidad para el relato de inspiración surrealista, partiendo siempre de una base cotidiana que constituye su principal seña de identidad.
Al igual que en los casos anteriores, el universo del madrileño Juan Cavestany gira en torno a lo real maravilloso. Véase, a modo de ejemplo, el argumento del filme que nos ocupa: Teresa (Carmen Machi) y Alfredo (Pepón Nieto) son un típico matrimonio de Burgos que parte rumbo a Nueva York con el objetivo de ver cumplido su sueño de conocer los lugares más emblemáticos de la ciudad de los rascacielos. Sin embargo, una vez allí, comienzan a sospechar que tal vez no estén exactamente en la Gran Manzana, sino atrapados en el interior de una película que se repite en bucle.
No puede negarse que la extraordinaria banda sonora de Nick Powell contribuye enormemente a subrayar esa sensación onírica que recorre de principio a fin los hechos narrados. Aunque también hay mucho, en otro orden de cosas, de un sutil humor absurdo, ya presente en títulos anteriores de la filmografía del director, cuyos rasgos más reconocibles afloran en la imagen de Teresa comiendo mortadela a escondidas en el cuarto de baño o en la estupefacción de la pareja al buscar la Estatua de la Libertad por las calles de Madrid.
Todo es posible, por lo tanto, en una cinta de tales características. Por ejemplo, que la hija de los protagonistas se les aparezca en sueños para advertirles de cuál es su verdadera situación o salir indemnes de los disparos de un fornido individuo afroamericano que los acecha tras cada esquina. Nada sorprendente cuando Las Meninas se exhiben en el Metropolitan y los taxistas de la Quinta Avenida hablan un castellano correctísimo. Total: según la "lógica" de lo hasta aquí expuesto, bastaría con armarse de valor para, superando nuestros miedos más profundos, atravesar un simple y oscuro pasadizo que nos llevase del centro de Malasaña al corazón de Manhattan en cuestión de segundos.
Parece interesante.
ResponderEliminarLo es, puesto que con esta película Cavestany abre el cine español a terrenos no muy frecuentados por nuestras latitudes. Además de llevar a cabo una soberbia reflexión, no exenta de sentido del humor, a propósito de los límites de la realidad.
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