Título original: I, Daniel Blake
Director: Ken Loach
Reino Unido/Francia/Bélgica, 2016, 100 minutos
Yo, Daniel Blake (2016) de Ken Loach |
Tras haber anunciado que se retiraba, el veterano director británico Ken Loach volvía de nuevo a la dirección para ganar su segunda Palma de oro en Cannes con esta historia sobre un viejo y enfermo carpintero en paro escrita por Paul Laverty, quien ha sido su guionista habitual durante los últimos veinte años. Y como ya sucediera en el certamen francés, donde el estreno del filme fue recibido con una ovación de un cuarto de ora, el público de la Filmoteca de Catalunya ha acabado de pie para despedir, en la tarde / noche de hoy, a un siempre combativo Loach que terminaba el coloquio con los espectadores con estas palabras: "A lo largo del día, hemos hablado varias veces sobre la dificultad de mantener la esperanza en unos tiempos tan aciagos como los que estamos viviendo. Sin embargo, a la máxima oscuridad le sigue el amanecer. Por eso debemos decir bien alto, tal y como me enseñaron cuando rodé aquí Tierra y libertad en 1995: '¡No pasarán!'"
Actitud comprometida que se mantiene intacta en su última película, al igual que el interés por la educación como motor de cambio que haga avanzar al mundo: en I, Daniel Blake, aparte del habitual tono panfletario de denuncia social, Loach plantea la relación entre el protagonista y los hijos de Katie (Hayley Squires) en unos términos que recuerdan enormemente a los de un abuelo con sus nietos. En efecto: tanto Daisy como, sobre todo, el pequeño Dylan verán en Dan (Dave Johns) la figura paterna que nunca tuvieron, aprendiendo de su paciencia y saber hacer historias tan sugestivas para la aún inocente mentalidad infantil de los chicos como el hecho de que, estadísticamente, los cocos matan a más gente que los tiburones.
Ya durante el debate posterior a la proyección, el cineasta inglés ha señalado que personajes como Daniel Blake sólo saldrán adelante en la Europa actual si la izquierda es capaz de unirse y llegar al poder. Si no, nos arriesgamos a que aparezca otro Trump, con todo lo que eso comporta. Preguntado sobre cuáles fueron los directores que más le influyeron a lo largo de su carrera, responde que los italianos del neorrealismo o el Pontecorvo de La batalla de Argel (1966), aunque, de un modo especial, los checos Jirí Menzel y Milos Forman. Lo cual es bastante coherente con el discurso implícito en toda una filmografía dedicada a analizar las penurias de la clase obrera hasta llegar a este I, Daniel Blake, cuyos personajes (en el afán diario de lograr un subsidio de la misérrima administración pública) recuerdan la desesperada situación que encarnaran los actores no profesionales de títulos míticos como Ladrón de bicicletas (1948).
Es precisamente respecto a su peculiar forma de trabajar con los intérpretes donde Loach tiene las ideas más claras, puesto que al no revelarles qué es lo que les va a ocurrir exactamente a sus personajes consigue unas actuaciones mucho más verídicas. Así, por ejemplo, confiesa que en la ya mencionada Land and freedom vivió varias situaciones anecdóticas con la actriz Rosana Pastor. O en I, Daniel Blake, rodada en orden cronológico y en la que Hayley Squires apenas recibía fragmentos del guion antes de filmar cada escena. No hay tiempo para más preguntas: una nube de admiradores se cierne a su alrededor en busca del ansiado autógrafo, mientras Esteve Riambau se atreve a aventurar que lo convencerá para que visite de nuevo la Filmoteca en el futuro, tal vez con una nueva película. ¿Qué tiene este octogenario de aspecto frágil, que todo el mundo se lo rifa? Pues probablemente eso: que transmite sencillez en un sector, el de la farándula, en el que lo que abunda, con demasiada frecuencia, es el divismo y la arrogancia petulante. Algunos de sus colegas de profesión deberían tomar nota...